jueves, 13 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                         CAPÍTULO  24


Bella abrió los ojos lentamente, sorprendida por el esfuerzo que necesitaba hacer. El aire era helado a su alrededor, y le dolía la mandíbula. No reconoció el entorno. Estaba en un cuarto de una cabaña, acostada en el suelo. Movió los brazos y descubrió que ya no tenía las esposas que tenía antes.
Sombras pálidas de luz entraban por la ventana. Amanecía. Así que llevaba allí hay por lo menos dos horas.
Lágrimas escapaban de sus párpados. Edward. Nunca le había dicho que lo amaba. Y ahora ya no tendría la oportunidad de decirlo.
Un sonido la sorprendió y el dolor asaltó su cadera, cuando el raptor la pateo.
—Veo que está despierta. Bueno. Ahora levántate.
Lo miró cautelosamente. Fue la primero vez que lo hizo de verdad. Esperaba encarar un hombre vil y brutal, pero solo veía lo que parecía ser un hombre amable, de apacible altura y tamaño medio.
Sonrió como si leyendo sus pensamientos.
—No te dejes engañar por mi buen aspecto, querida. Ahora, te puedes levantar tú sola o puedo obligarte, y te aseguro, no será una experiencia agradable.
Quedó paralizada por el terror. Quiso vomitar. Puso las manos en el suelo y consiguió impulsarse para ponerse de pie. En cuanto se levantó, el hombre le agarró el brazo y la empujó en dirección a una silla.
—Toma asiento.
Se hundió en la silla situada tras un viejo escritorio. La silla estaba rota y crujió cuando coloco su peso en ella, por un momento, temió que se desmoronaría.
Puso su mano en el escritorio para equilibrarse. Estaba helada. Más helada que en cualquiera otro momento de su vida. No había ningún calor en la cabaña.
Ninguna protección contra el frío. Sentía los miembros congelándose. Temblaba incontrolablemente. Una vez que comenzó, no podía parar.
El hombre encendió un cigarrillo y perezosamente, sopló el humo. Apoyándose contra la mesa, la observó con ojos fríos.
—No tengo paciencia para rodeos. Voy a matarte.
El pánico la inundo. Su garganta se endureció, y por un momento no pudo respirar. No quería morir.
—Voy a ser civilizado al respecto.
Pareció asombrarse con su proclamación. Hasta emitió una risa seca.
—Voy a ofrecerte una elección. Una muerte rápida e indolora, o —pausó para hacer efecto— puede ser problemática, prolongada, y muy dolorosa. Tu elección.
Sintió que la boca se le secaba.
—Todo lo que tienes que hacer es decirme a quien más le contaste lo qué pasó en la noche de su boda. Muy simple. El Sr. Black está muy ansioso para proteger sus intereses. Lo que sería difícil en una celda de prisión, estoy seguro que te puedes imaginar.
Sacó un grande y afilado cuchillo, a medida que hablaba. Acarició el metal frío y brilloso con las puntas de los dedos, moviéndolos de la extremidad hasta la punta.
La mente de Bella se desboco. Era un bastardo hablador. Claramente disfrutaba de la situación. Obviamente si hablaba, terminaría con el asunto en minutos. Miró el cuchillo, el terror recorriéndole todo el cuerpo.
Cerró los ojos e intentó encontrar valor. Recordó a Edward y se mordió el interior la mejilla para alejar el llanto. No podía permitirse que aquel bastardo escapase después de lo que hizo.
— ¿Entonces lo qué será, Sra. Black? ¿Podemos tener una breve conversación antes de su intempestivo fallecimiento?
Con las manos abiertas sobre escritorio, se quedó en pie.
—Vete al infierno —escupió.
Sus ojos se endurecieron. Cruzó el espacio entre ellos y sin advertencia, agarró su brazo y lo empujó hacia atrás. La giró hacia el escritorio. Gimió de dolor y él continuó a haciendo una presión enorme en su brazo.
Empujó más alto. Gritó en agonía y sintió un crujido.
¡Había quebrado su brazo!
Soltándola, dejó su brazo caer, oscilando a su lado. Sintió que la vista se le nublaba cada vez más, hasta se temió desmayarse por el dolor. Llevó la mano el escritorio, intentando mantenerse de pie. Las puntas de los dedos encontraron un lápiz y ella lo agarró.
Se sintió invadida por la ira, la adrenalina zumbando por sus venas, se giró, con el lápiz en la mano y lo hundió en el rostro de su torturador. Ahondó en su mejilla, y él se alejó con un aullido de dolor.
Ella no desaprovechó el tiempo. Ignorando el terrible dolor de su brazo, se arrojo hacia él, golpeándolo con la rodilla en la ingle. Una vez, dos veces y una tercera hasta que él cayó al suelo.
Ella no dudo ni un momento. Corrió.
Llegó la puerta de la cabaña y salió. La helada nieve alcanzaba sus caderas, mientras intentaba caminar.
Su corazón palpitaba. Nunca conseguiría salir de allí. La nieve estaba demasiado alta. Demasiado profunda. Con aquella ropa, ella se congelaría antes de encontrar un lugar seguro.
Apretó su mandíbula hasta sentir dolor. No moriría en las manos del bastardo. Si ella moría, no sería sin luchar.
Ignorando el dolor, el frío y el adormecimiento que afectaba sus miembros, luchó para seguir adelante, determinada poner tanta distancia como pudiera entre ella y su raptor.
Se dirigió a los árboles, intentando perderse en el área boscosa. Una risa histérica broto de su garganta. ¿Cómo podía perder a alguien, con tres pies de nieve?
Sintió la cabeza tirada hacia atrás. La tiró la mano que agarraba su pelo con firmeza. No se intimidó, luchando con uñas y dientes. Sentía que la supervivencia era posible.
El metal brilló en el inicio del sol matutino. Entonces sintió el dolor estallando en el pecho. Cayó en la nieve, vagamente consiente del hombre agarrando un cuchillo arriba de ella. El brazo sano se hundió en el hielo.
La mano palpó, hasta encontrar una piedra. La agarró firmemente, y se dispuso para hacer su última tentativa.
Con un grito de ira, arrastró el brazo adelante y batió en la cabeza del hombre con la piedra, mientras el cuchillo bajaba en su dirección. Esta vez la alcanzó debajo del hombro, haciendo un largo corte en el brazo.
Él cayó con el rostro en la nieve, y ella no le dio tiempo para recobrarse. Rodó, levantando la piedra de nuevo y golpeó tan fuerte como podía. Él se quedo quieto, y ella arrojo la piedra.
Rodó y se alejo, intentando desesperadamente recobrar el control.
El mundo giraba y giraba a su alrededor, estaba agonizando. Él la apuñaló en el pecho. Podía sentir la sangre caliente corriendo por la piel. El brazo caído osciló del lado. De alguna manera tenía que hallar un modo de llegar a casa.
Tropezó colina abajo, lejos de la cubierta de los árboles. Ahora necesitaba estar en el claro. Su esperanza era ser rescatada.
Cerró los ojos. Nunca les diría que los amaba. Lágrimas calientes caían, mezclándose con la sangre que corría libremente por su cuerpo. Si solamente pudiera decirlo.

  

Emmet aceleraba el jeep hasta el límite. Durante dos horas, buscaron en cada rincón de la montaña. Existía solo una posibilidad más, y a pesar de sus esfuerzos, estaba perdiendo rápidamente la esperanza.
—Después de la siguiente curva, sal de la carretera —indicó Jasper, con voz lúgubre—. Esperemos que la nevada no haya hecho el trayecto intransitable.
Emmet tomo la curva y frenó hasta precipitarse en la salida.
— ¡Emmet, mira! —clamó Jasper.
Emmet no perdió el tiempo. Había marcas frescas. Recién hechas. De un vehículo. Aceleró por el declive áspero, deslizando y oscilando en la nieve. Controlando el coche con dificultad, por el camino, hasta la vieja cabaña minera.
Un SUV negro se reflejó en la luz solar. Emmet rugió cuando paró, agarró el rifle y saltó fuera del jeep. Jasper lo siguió rápidamente, el arma de fuego apuntada y lista.
Frunció el ceño cuando vio la puerta totalmente abierta. Miró por la ventana y vislumbró el interior. Estaba desierto.
Él y Jasper entraron rápido.
—Alguien estuvo aquí —murmuró Jasper— recientemente. —Agarró un cigarrillo caído en el suelo y lo arrojo lejos.
El corazón del Emmet palpitaba, mientras miraba a su alrededor. Había señales visibles de una pelea. Sangre en el suelo. Se volvió y corrió hacia la puerta, sus ojos buscaban señales frescas en la nieve.
Las profundas huellas de la nieve se alejaban de la cabaña, hasta los árboles, a lo lejos. Él y Jasper salieron del porche y empezaron a seguir las pisadas.
Algunos segundos más tarde, Jasper levantó la mano para detener a Emmet.
— ¡Mira!
Apuntó un cuerpo a lo lejos. Corrieron hasta hallar un hombre hundido en la nieve. Le sangraba la cabeza.
Emmet lo giró. Estaba inconsciente. La esperanza aumentó el ritmo de su corazón. ¿Bella había escapado?
Entonces sus ojos vieron la sangre roja oscura que manchaba la nieve. Sangre que no venía del hombre. Sus ojos siguieron las salpicaduras a través de la nieve, seguían colina abajo.
— ¡Vamos! —gritó él.
Descendieron la colina, siempre siguiendo el rastro de sangre. Emmet rezando todo el tiempo. Dios, déjanos encontrarla. Haz que ella esté bien.
— ¡Emmet, está allí!
Emmet miró hacia delante, a tiempo, para ver a Bella tambalearse y hundirse en la nieve. Corrió las restantes treinta yardas, con el corazón gritando todo el tiempo.
Cuando llegó a ella, la agarró y la abrazó.
—Oh Dios —gimió.
Había tanta sangre. Bañaba todo su frente. El brazo estaba caído en un ángulo extraño, hinchado y descolorido.
— ¡Bella! Bella, cariño —lloró él.
Jasper se arrodilló a su lado y le ayudó sacarla de la nieve.
Sus ojos temblaron levemente. La desorientación los nublaba. Empezó a empujar y empujar, intentando levantarse.
Estaba llena la adrenalina, que empezaba a desaparecer. Empezó a temblar violentamente.
—Está entrando en shock —dijo Emmet—. Tenemos que sacarla de aquí, ahora. Llama por la radio. Diles que tengan el helicóptero esperando. Tenemos que sacarla de la montaña lo más rápido posible.
—Edward —clamó—. Oh Dios, Edward —ella luchaba débilmente contra Emmet, y lágrimas se deslizaban por su cara.
—Shhh, cariño. Edward está bien. Te lo juro.
Ella no pareció escucharlo.
—Nunca les dije que… nunca les dije que los amo —susurró.
Emmet la estrechó más contra de él. Enterró los labios en su pelo y parpadeó para alejar las lágrimas.
—Dios, yo también te amo, cariño. Yo también te amo.
Se levantó, agarrándola cuidadosamente en sus brazos. No tenía idea de la extensión de sus heridas, pero tenía que bajar rápidamente la montaña.
Jasper se adelanto, haciendo un camino en la nieve para Emmet. Lucharon para ascender la colina, cada paso era dolorosamente lento. Finalmente, vieron el jeep. Jasper siguió enfrente, redoblando sus esfuerzos.
—Toma el botiquín de primeros auxilios —le pidió Emmet—. Yo me sentaré detrás con ella. Necesito intentar parar la hemorragia.
Jasper entró y agarró el botiquín de primeros auxilios, varios mantas y un montón de vendas.
En cuanto Emmet se sentó con Bella, Jasper encendió el motor y siguió por el trecho, en dirección a la carretera principal.
— ¿Cómo está, Emmet? Necesito saber algo —preguntó Jasper, la desesperación era presente en su voz.
—El bastardo le quebró el brazo. Parece con que la apuñaló en el tórax. ¡Cristo, tiene tanta sangre!
Encontró la herida, la vendo firmemente. Llevó un dedo a su cuello, sintiéndole el pulso. Era débil e irregular, pero batía contra la piel.
Mantuvo las fajas apretadas con firmeza contra la herida del tórax. Necesitaba reducir el flujo de sangre.
—Edward…
Bella estaba solo medio consciente, y completamente inconsciente de la presencia de él y Edward. Emmet alejó el pelo de su rostro.
—Está todo bien con Edward, cariño. ¿Me oyes?
Balanceó la cabeza, pequeños gemidos ásperos escapaban de su garganta.
—Frío…tan frío.
—Aumenta el calor, Maldición —gritó Emmet a Jasper.
Juntó las mantas más apretadas alrededor de ella, intentando infundir calor en su cuerpo.
El ruido del radio lo interrumpió, y oyó contestar a Jasper, pero su atención estaba en Bella y en la sangre que empapaba las vendas de sus manos.
—El helicóptero está casi aquí —le llamó Jasper—. Van a aterrizar en el pasto de Harry. Estaremos allí en aproximadamente dos minutos.
Emmet respiro con alivio. Estaban casi allí; cuanto más rápido llegara Bella al hospital, tendrá más oportunidades de supervivir.
— ¿Alguna noticia sobre Edward? —pregunto Emmet.
—Rosalie dijo que lo trasladaron a Denver. Al mismo hospital al cual enviarán a Bella. Están preocupados por la cantidad de sangre que perdió.
La voz del Jasper mostraba su preocupación, y los nervios de Emmet se agitaron más aun.
— ¿Pero está bien, verdad?
—Dijo que perdió la conciencia antes de despegar. No sabía nada más.
— ¡Mierda!
Cerró los ojos y quiso aullar de furia y frustración. Lágrimas escapaban de sus párpados, y él cerró los ojos con firmeza para no dejarlas salir. Nunca se había sentido tan impotente en toda su vida.
Dos de las personas más importantes de su vida, aparte de Jasper, arrancadas de su lado.
Se agarró al asiento, cuando el jeep paró abruptamente. La puerta se abrió inmediatamente, y el médico del helicóptero empezó a examinar Bella.
El médico gritó instrucciones, y dos enfermeros corrieron para atenderla. Emmet salió del coche y los dejó asumir el control.
Una mano se deslizó por su hombro, y Emmet se volvió para ver a Rosalie.
—Solo quiero que sepas cuanto siento lo que ocurrió, Emmet.
—Lo sé, Rosalie.
— ¿Hay alguna cosa qué pueda hacer?
Se volvió a mirarla.
—Hemos dejado al hombre en la vieja cabaña minera. Probablemente estará muerto. Podrías enviar a uno de tus ayudantes a traerlo.
Rosalie lo miro con agudeza.
— ¿No lo mataste, verdad, Emmet?
—No, pero quise hacerlo —respondió él.
Los médicos sacaron a Bella del coche y la se acostaron en la camilla. Emmet y Jasper corrieron allí, pero los detuvo el paramédico.
—La situación es crítica, señor. Lo siento, pero no podemos malgastar ni un segundo.
Emmet abrió la boca, queriendo hacer a pregunta, pero se detuvo. En vez de eso, observó mientras ellos empujaban la camilla al helicóptero. El médico de vuelo entró y le dio señal para despegar al piloto. Segundos más tarde, el helicóptero cortaba el aire y volaba en dirección a Denver.
—Vamos, Emmet —le llamó Jasper con voz cansada. Sonaba como si él también se estuviera conteniendo a duras penas—. Nos llevara algunas horas para llegar a Denver.
Emmet, arrastrándose, siguió a Jasper y se subieron en el jeep. Tenía miedo. Miedo de lo que encontraran cuando llegaran al hospital.

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