CAPÍTULO 3
Soñó con ellos. Llegaron para alejarle la pesadilla.
Un dulce bálsamo para sus lastimados sentidos. Sustituyeron las imágenes del
demonio y del infierno. Sus manos la calmaban sin herirla. Emmet, Jasper y
Edward, con su toque gentil, pero exigente, los labios adorando su cuerpo.
Bella despertó llena de sudor, necesidad y una buena
dosis de vergüenza. Quizá no era mejor que una meretriz. Quizá Jacob tenía
razón. Se estremeció como si el frío hubiera alcanzado su húmeda piel. Miró por
la ventana y vio que estaba oscuro. ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo? Buscó el
reloj de al lado de la cama. Cuatro y media. ¿De la mañana? Tenía que serlo.
Podría ser que los hermanos no estuvieran
despiertos. Era la perfecta oportunidad de salir corriendo. Les pondría en
riesgo si se quedara. Jacob la encontraría y mataría a quien la ayudara. Y la
idea de que sus tres salvadores estuvieran heridos le dolía, algo que no sabía
cómo explicar.
Deslizó las piernas de la cama, tratando de no hacer
ruido. Zapatos. Un par, y medias. No tenía abrigo, solo el fino suéter, así que
asió la camisa de franela que vistió el día anterior. Tendría que ser bastante.
Con extremo cuidado, abrió la puerta del cuarto y
salió al pasillo. Las puertas de las otras habitaciones estaban ligeramente
entreabiertas, preocupándola. Tendría que moverse furtivamente y pasar por al
lado de ellas. Anduvo de puntitas, hasta al final del pasillo y suspiró
aliviada cuando llegó a la salita. Hasta que vio a Emmet durmiendo en el sofá.
Debía haber dormido allí, porque ella le ocupaba la habitación.
Un fuego bajo ardía en la chimenea, y quiso
acercarse, retener un poco de aquel calor, antes de perderse en el frío.
Respirando hondamente, dio pequeños pasos en dirección a la puerta. Si la
pudiera alcanzar... miró a Emmet. Él no se movió. Extendió la mano y contuvo su
respiración mientras la abría y se escapó antes de que el frío pudiera entrar.
Cerró suavemente la puerta detrás de sí y suspiró. Lo había logrado.
El frío glacial penetró rápidamente por su ropa,
demostrándole lo inadecuada que era. El jeep continuaba detenido y por un
momento lo contempló, pero no se lo robaría; porque estos hombres la habían
salvado. Caminaría hasta encontrar un transporte.
— ¿Vas a alguna parte, cariño?
Giró en la dirección de la voz y vio a Jasper y a Edward,
con los brazos cargados de leña. Intentó abrir la boca para decir algo, para
contestar. Pero no le salió nada. Entonces hizo la única cosa en la que podía
pensar. Corrió.
Detrás de ella, oyó un montón de maldiciones, y aceleró,
corriendo lo más rápido que podía sobre la nieve. No tenía la menor idea a
donde iba. Solo sabía que tenía que huir.
No había ido muy lejos, cuando sintió unos brazos
fuertes empujándola al suelo, se encontró con un duro tórax y miró fijamente a Jasper.
—No me mires así —dijo—. No te haré daño. Mataré a
cualquiera que te lo haga.
Ella lo miró confusa por el tono posesivo de su voz.
—Déjame ir —le imploró—. No me puedo quedar.
— ¿Y dónde irías? —La cuestionó Edward, a su lado—.
No sobrevivirías ni una hora.
Sabía que él tenía razón, pero no se podía quedar.
No entendía la atracción que sentía por los hermanos, no comprendía lo que
sentía en sus brazos o cuando la miraban. Por uno podía entenderlo, pero ¿por
los tres? ¿Qué tipo de mujer era?
—Dame tu abrigo, Edward —le pidió Jasper—. Se está
congelando.
Un momento más tarde, se sintió envuelta en el calor
corporal de Edward. Su abrigo tenía su olor, su esencia, era como si la hubiera
abrazado él y no Jasper.
—No me puedo quedar aquí —susurró, casi llorando.
Jasper la miró fijamente durante un instante.
Entonces, sorprendiéndola, bajó la cabeza y le dio un beso largo e intenso.
Aprovechándose de la boca abierta por el choque, introdujo su lengua,
haciéndola bailar con la suya. Olvidó toda la resistencia y se derritió como
mantequilla caliente sobre su pecho. ¡Jesús! ¡María! ¡José! Era tan letal como Emmet.
Y ella no debía reaccionar así con él. No después de lo que sintió con Emmet.
Lágrimas calientes caían de sus ojos y dejó escapar
un gemido de angustia.
—La está asustando, Jasper —murmuró Edward.
—Soy una puta —susurró ella—. Soy como dijo él.
Jasper se puso rígido, sus brazos eran como bandas
de acero alrededor de su cuerpo.
— ¿Quién te llamó puta? —preguntó en voz muy baja,
mortal.
Luchó con él, hasta que él se vio forzado a dejarla,
pero la mantuvo cerca, agarrándola firme por la mano.
— ¿Importa? Obviamente tenía razón —contestó en voz
mortificada—. Todo lo que tienen que hacer es mirarme para que me sienta en
llamas. ¿Qué tipo de mujer soy? —exigió ella.
—Nuestra mujer —contestó Edward—. Eres ese tipo de
mujer.
Su boca se abrió. Estaba extrañada por su anuncio.
Miró lejos, buscando una ruta de escape.
—Arriba, muñeca —dijo suavemente Jasper—. Vamos a
llevarte a casa. Estás congelada. A Emmet no va a gustarle que salieras
corriendo.
Ella se tensó y Edward musitó una maldición.
—Para de asustarla, Jasper.
—Nosotros nunca te haríamos daño, Bella. Vas a
descubrir rápidamente que haremos cualquier cosa para salvarte, para protegerte
—dijo Jasper, tomándola en los brazos.
Ella se acomodó en sus brazos, mientras que él
caminaba hacía la casa. Su mente luchaba para entender la extraña conversación
que tuvo con los hermanos. Edward abrió la puerta y Jasper entró con Bella en
los brazos.
Emmet estaba cerca, con los brazos cruzados, y una
expresión impenetrable.
A pesar de las seguridades de Jasper, empezó a
temblar. Escondió el rostro en el cuello de Jasper, intentando esconderse del
escrutinio de Emmet. Su fuerza la asustaba. Jacob era nada comparado con este
hombre y, aún así le hizo tanto daño. Emmet podría hacerle mucho más. Jasper la
acarició.
—No te asustes, muñeca —le susurró al oído. Se
acercó al fuego y la soltó. Ella se escondió rápidamente detrás de él, usándolo
como barrera entre ella y Emmet.
Para su sorpresa, Emmet se rió.
—Entonces, ¿así va a ser? ¿Vas a esconderte detrás
de Jasper cada vez que me enfade contigo?
Estiró la cabeza por detrás de Jasper. Emmet estaba
sonriendo y Edward la miraba con silenciosa intensidad. Por un momento, vio en
los ojos de Edward algo que reconoció como tormento.
—Yo... yo no entiendo... —empezó ella, débilmente—.
No entiendo nada.
Emmet la miró; ella se quedó detrás de Jasper,
agarrada a su camisa. Parecía perdida, abandonada y con mucho miedo. Se sentía
feliz por ella, por confiar en Jasper. Aunque no entendía lo que hacía.
Claramente, estaba atribuyendo a Jasper el papel de protector.
Jasper lo advirtió con los ojos, que no la
presionara. Maldición, podía pasar sin tantas advertencias de Jasper. Bella
parecía una cosita asustada. Lista para huir a la menor provocación.
Suspiró y sentó en el sofá.
—Ven aquí, cariño.
Intentó agarrar la mano de Jasper, mientras se
mordía los labios, nerviosa.
¿Qué la hacía tener tanto miedo? ¿Quién le hizo
tanto daño que no podía confiar en él y ni en sus hermanos?
Jasper puso el brazo sobre sus hombros y la guió al
frente. Agarró su barbilla y la hizo mirarle.
—Nadie te hará daño, muñeca. Te lo prometo. Nunca.
Se relajó un poco al oír su promesa, y se volvió
hacía Emmet.
— ¿Está enfadado? —preguntó ella suavemente.
Extendió una mano hacía ella y sintió un enorme
placer cuando la aceptó. La abrazó y le acarició el pelo, mientras la miraba.
—No estoy enfadado contigo, cariño. No contigo.
Nunca contigo. Estoy furioso con el hijo de puta que te hirió, que te hizo
tener miedo.
La abrazó más fuerte y la besó, suave, tierno,
apenas rozarle los labios. Por un momento, se relajó en sus brazos, ajustándose
perfectamente, como si le perteneciera. Después, se puso tensa, y se alejó con
ojos atormentados. Con un grito bochornoso se puso de pie y salió corriendo del
cuarto.
Emmet intentó seguirla, sorprendido por su reacción,
pero la mano de Jasper lo paró.
—Tienes que explicarle —dijo—. Ahora.
— ¿Sobre qué demonios estás hablando?
Jasper suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Piensa que es una puta.
— ¿Qué?
—Vamos, Emmet. Sabes que está confusa. Se sienta
atraída por los tres. Algún bastardo le dijo que era una puta y ahora lo cree.
No se entiende, ni nos entiende. Necesita que le expliquemos.
—Está bien —dijo Emmet, con un suspiro profundo—.
Hablaré con ella.
Emmet caminó por el pasillo hasta el cuarto, con sus
hermanos siguiéndole a una pequeña distancia. Llamó suavemente, no queriendo
asustarla.
—Bella, dulzura, soy yo, Emmet.
—Vete —contestó ella, sofocada por los sollozos.
Abrió la puerta, titubeando cuando la vio sobre la
cama, con los ojos enrojecido por las lagrimas. Había echado el abrigo de Edward
en el suelo. Se acercó y se sentó en la cama. Después la abrazó. Ella apenas
luchó, lo que lo encantó.
—Dime por qué estás llorando —le preguntó
suavemente.
— ¿Qué dirías si te contara qué antes de besarte en
la sala, estaba fuera, besando Jasper? —contestó con labios trémulos.
Sonrió y acarició su pelo.
—Eso me hace muy feliz.
Sus ojos sorprendidos volaron hacia su rostro.
— ¿Feliz? ¿Estoy actuando como una puta y te hace
feliz?
Él la miró duramente.
—No permitiré que hables de ti misma así. Si vuelves
a decir algo así, te acostaré en mis rodillas y azotaré tu bonito culo.
Ella se quedó con la boca abierta.
—Hay algunas cosas que tienes saber —dijo—.
Comenzando con el hecho de que nos perteneces. A todos.
Esperaba ver miedo ante su declaración. Al revés,
vio sorpresa. Jasper y Edward, que estaban de pie en la puerta, se acercaron a
la cama. Jasper se sentó tras Bella en la cama y tiernamente, acarició su
hombro con la mano.
Bella los miró, a uno después otro y otro... Emmet
permitió que la información penetrara su mente.
Se mojó los labios, nerviosa. Después preguntó.
— ¿Eso significa qué no vas a dejarme ir?
Él se rió.
—Si me estás preguntando si eres una prisionera, la
respuesta es no. Y si me estás preguntando si vamos a abrirte la puerta y
permitirte que salgas de nuestras vidas, la respuesta es no.
Él se acercó más y la cogió por la barbilla. La
respiración de ella se aceleró. Del otro lado, Edward, agarró su mano. Los tres
hermanos la estaban tocando, calmando.
—Nos perteneces, Bella —susurró Emmet—. Puedo sentir
tu deseo, tu necesidad. Es tan fuerte como la nuestra por ti. Estás asustada.
Pero nos quieres.
— ¿Entonces quieren una esclava sexual? —preguntó,
con voz ahogada.
Sus ojos se estrecharon. Tenía miedo. No solo de él
y sus hermanos, si no de ella misma, y del desconocido que le hizo daño, tanto
mental como físicamente.
—Si piensas que solo es sexo, estás equivocada —dijo
Emmet, en voz muy baja—. Lo hemos hablado desde siempre. Serías nuestra esposa.
Nuestra pareja.
— ¿Q… qué? —gritó ella—. Pe… pero... ¡No pueden
casarse con la misma mujer!
— ¿No? —le preguntó Jasper.
—No es legal.
—Estás pensando con la cabeza —la regañó Emmet. —No
hay ley que diga que no puedes vivir con tres hombres. En nuestros corazones
serás de los tres. Esposa de cada uno de nosotros. Amada por todos.
Negó con la cabeza, confusa.
—Es una tradición en nuestra familia —dijo Edward,
bajito—. Si te preguntas si es genético, no, no lo es. Podemos escoger y te
escogemos a ti. Nuestros padres escogieron a nuestra madre y nuestros abuelos a
nuestra abuela. Pero no estamos destinados por alguna compulsión invisible. Es
algo que hemos decidido cuando fuimos suficientemente mayores para hacerlo.
Siempre supimos que existía una mujer para los tres. Así que esperamos.
Emmet presenció la reacción de Bella ante la sincera
explicación de Edward. Un brillo de lágrimas desbordaba sus ojos y sus manos le
temblaban.
—Yo no puedo —susurró.
—Pero nos quieres —persistió Jasper.
Asintió con la cabeza, un poco avergonzada.
—Entonces por qué no puedes —la presionó Emmet,
queriendo conocer sus demonios.
—Porque ya estoy casada —se desahogó ella.
Ohhh mierda eso de estar con tres hombres que transpiran testosterona es duro de manejar. Wow esto es totalmente erótico... ¿alguien mas que yo siente tanta calor?.
ResponderEliminarIdiotas y mojigatas las que hicieron quitar tu historia de FF... Ohhh miércoles hasta ahora voy tres capítulos ¡tres! y mira ya como estoy...
Lo bueno es que no logro escaparse y ahora ya estan hablando con ella ojalá los acepte y se olvide del esposo
ResponderEliminar