lunes, 10 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                                       CAPÍTULO  9


Bella se deslizó en el asiento de detrás, junto a Edward, mientras que Jasper se sentó delante. A pesar del calor del abrigo, temblaba. Principalmente, por los acontecimientos de la última hora.
A su lado, Edward se sacó el abrigo, quedando en una camisa que moldeaba perfectamente sus músculos.
Ella no quería nada más que esconderse en aquel pecho, pero dudó. Aún no estaba segura de que relación tenía con Edward. Parecía desconfiar de ella. Así que miró por la ventana y esperó la llegada de Emmet.
Tendría que ser idiota para no percibir las chispas entre Emmet y Rosalie, y eso la molestó. Mucho. ¿Fueron amantes? Había más que vago interés ardiendo en aquellos ojos. Entonces recordó su comentario sobre Edward y Jasper, de que Emmet quería a Rosalie, pero ellos no.
Frunció el ceño y cerró los ojos. Estaba cansada y exhausta mentalmente, y no le gustaban los ardientes celos que sentía.
Apenas se dio cuenta que se abría la puerta y que entró Emmet. Él la miró, pero ella no encontró su mirada, no estaba segura de querer ver lo que había en ella. Se sentía demasiado insegura para intentar comprender lo que había entre Emmet y Rosalie.
Salieron del aparcamiento y comenzaron el viaje. Alejándose de Jacob.
Empezó a temblar, cuando la realidad de lo que hizo la golpeó. Se enfrentó al bastardo y ganó. Ahora quizá iba a desaparecer aquel terrible miedo.
Una mano caliente la alcanzó y masajeó su cuello. Levantó los ojos y vio a Edward, que la observaba fijamente. Buscó en su rostro alguna señal de lo que estaba pensando, pero no encontró ninguna pista.
—Ven aquí —dijo él.
Voló en sus brazos y enterró el rostro en su tórax. Brazos fuertes la envolvieron y una mano flotó su espalda.
—Estoy orgulloso de ti —susurró él.
Lágrimas bajaron por su rostro, mientras que el alivio se derramaba en su interior. Tantas semanas de miedo constante, habían dejado su huella. Ahora estaba libre.
Se enterró más hondo entre los brazos de Edward, abrazándolo lo más fuerte que podía.
La siguiente cosa que recordaba, fue que el coche paró y que el frío aire rozaba su rostro, mientras que se abría la puerta. ¿Se había quedado dormida? Todo lo que sabía era que no tenía ganas de moverse de los brazos de Edward. Con reticencia, levantó la cabeza. Llegaron a la cabaña.
Se deslizó, cuando Emmet abrió la puerta y bajó del jeep. Se metió más en el abrigo y se apresuró hacía la puerta, ansiosa para estar dentro, donde había calor.
—Tengo hambre —anunció ella, dándose cuenta que no había comido nada desde el día anterior.
—Ve a calentarte cerca del fuego, prepararé el almuerzo —dijo Jasper, empujándola en dirección a la sala.
Emmet y Edward la siguieron. Emmet fue añadir más leña en las agonizantes llamas.
— ¿Entonces, qué pasó allí? —preguntó Edward.
Emmet se paró y se volvió hacia Bella, queriendo oír la respuesta.
—Jacob estaba allí cuando llegamos a la oficina —comenzó Bella.
Emmet juró.
—Rosalie debía saber que estaba allí, desde el principio.
—Intentó salir inmediatamente, pero rechacé acompañarlo. Pensé que no me podía me forzar, qué Rosalie no lo dejaría. Entonces pedí a Rosalie que nos dejara a solas durante unos algunos minutos.
— ¿Hiciste qué? —preguntó Edward, y su expresión se oscureció.
—Era la única manera —dijo—. Le dije que sabía lo que hizo en el día de nuestra boda, que le vi matar a aquel hombre, le dije que quería el divorcio y él tenía que dármelo, si no, le diría al mundo entero lo que hizo.
— ¡Mierda! —dijo Edward.
—Sí, mierda —asintió Emmet, masajeando su nuca.
Ella les miró sorprendida.
—Pensaba que queríais que me divorciara.
—Y lo queremos, cariño. —dijo Emmet, abrazándola—. Pero te queremos segura, y acabas de decir que el bastardo sabe que lo puedes sacar de tu vida.
—Era solo para convencerle de que me diera el divorcio —dijo ella defensivamente.
 Emmet le acarició los hombros, con ternura.
—No te preocupes, cariño. Conseguiré tu divorcio, pero lo más importante, es que nunca más volverás a ver la cara del bastardo.
Jasper les llamó de la entrada.
—He preparado unos bocadillos, vengan a comer.
Bella se giró y caminó hacia la cocina. ¿Se equivocó al amenazar a Jacob? La preocupación volvió a su mente.
Se sentó y Jasper le empujó un plato delante. Los hermanos tomaron asiento y empezaron a comer.
— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó, incapaz de detener la pregunta por más tiempo.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Emmet.
Ella hesitó, sintiéndose insegura con la entera situación.
—Con relación a mí... a nosotros.
—Vamos para Denver para ver a Carl y pedirle para que procese tu divorcio lo más rápido posible. Entonces iniciaremos nuestras vidas. Juntos.
Miró el plato y jugó con el bocadillo. Mil preguntas llenaban su mente y no sabía por cual empezar.
— ¿Quieres cabalgar después del almuerzo? —la interrumpió Edward.
Ella lo miró aliviada. Aire fresco y una pausa, sonaban muy bien. Asintió, después se dio cuenta.
— ¿Quiere decir montar un caballo? Llevo mucho tiempo sin montar.
Edward encogió los hombros.
—Me aseguraré de que tengas una buena montura.
—No vayan demasiado lejos —los advirtió Emmet—. Habrá una tormenta.
—No necesito una niñera —contestó Edward, enfadado.
Bella empujó el plato, ya no tenía hambre. Quizá ayudara alejarse un tiempo. Quería relajarse por una vez, sin preocuparse de mirar por encima del hombro.
Edward se levantó.
— ¿Estás lista?
Ella asintió y se levantó.
—Déjame ponerme algo más caliente.
—Estaré en el granero. Me encuentras allí cuando estás lista.
—Son muy similares, lo sabes.
Emmet miró Jasper, después de observar a Bella dejando el cuarto.
— ¿Qué quieres decir?
—Edward y Bella —contestó—. Conocen el dolor. Lo puedes ver en sus ojos.
Emmet apretó los labios. No le gustaba pensar que cualquiera de ellos conociera el dolor, pero sabía que Jasper tenía razón. Bella y su hermano menor luchaban contra sus demonios. Esperaba que ganaran.
— ¿Qué supones que pasó allí? —murmuró Emmet.
Jasper sacudió la cabeza, con los ojos llenos de pena.
—Me gustaría saberlo. Me gustaría que habláramos sobre ello. Quizá entonces saldría el veneno que tiene dentro. De todos modos, nunca deseé que se uniera al maldito ejército.
Emmet asintió en acuerdo. Pero Edward era testarudo, y una vez que había tomado la decisión, nadie podía hacerlo cambiar de opinión. Se fue como un joven engreído y arrogante y regresó pensativo, un alma atormentada.
—Quizá ella es lo que necesita —murmuró Jasper—. Quizá ella es lo que todos necesitamos.
—Y quizá nos necesita igual de fuerte —agregó Emmet.

                  
     
Bella pasó por la nieve, tiritando mientras que la rozó un frío viento. Caminó por el pequeño declive que llevaba al granero. Delante, la tierra comenzaba a bajar, testimonio a las montañas que había cerca. En el horizonte, cumbres cubiertas de nieve se elevaban hacia el cielo. El mundo era blanco a su alrededor.
Su respiración creaba nubes de humo, mientras daba los últimos pasos hasta la puerta del granero. Entró, disfrutando del calor que la saludaba.
Había ocho caballerizas, de cada lado del granero. Detrás, había una amplia zona abierta, donde había muchas pilas de heno. Edward salió de una caballeriza, trayendo un caballo por las riendas.
Miró en su dirección.
—He ensillado el tuyo, coge las riendas mientras ensillo al mío y salimos.
Bella se adelantó y tomó las riendas de Edward.
Edward le señaló.
—Lleva el caballo hasta allí y espérame.
Bella se movió y el caballo la siguió obediente. Mientras esperaba a Edward, acarició el cuello de la yegua. Era una belleza. Ojos gentiles. La cabeza se le mecía apreciativa, mientras Bella le acariciaba las crines.
Unos segundos más tarde, vino Edward con su montura.
— ¿Estás lista?
Bella asintió. Mientras Edward caminaba por delante de ella, miró apreciativamente su cuerpo. Maldita sea, el hombre llenaba un par de vaqueros como ninguno. Parecía extremadamente masculino con su abrigo forrado, Stetson y botas. Y su trasero. ¿Qué podía decir sobre un hombre qué tenía un culo qué imploraba ser tocado, acariciado y apretado?
Apretó las piernas y caminó. Estaba llena de hormonas. ¿Pero quién podría culparla después de la noche anterior? Sus mejillas se enrojecieron cuando recordó todo lo que hicieron. No podía esperar a volver a hacerlo.
— ¿Necesitas de ayuda para montar? —preguntó Edward, cerca de su oreja.
Saltó y miró alrededor. ¡Maldición! Ni siquiera se dio cuenta que salieron. Es difícil darse cuenta del frío, cuando tu cuerpo estaba ardiendo.
 Suspiró y miró su yegua. Ella era menuda y había mucho hasta la montura. Echó un vistazo a Edward. Él le sonrió ampliamente y en un rápido movimiento, envolvió sus grandes manos alrededor de su cintura y la alzó fácilmente.
—Misty es una buena montura. Me seguirá, así que no tienes que preocuparte. Solo disfruta —dijo Edward.
Ella le sonrió. Su mano se demoró en la pierna, a la que apretó antes de de montar su propio caballo.
Escogieron su camino a través de la nieve, por delante de la cabaña. Bella miró la cabaña. Estaba totalmente escondida en las montañas, como si los hermanos la hubiera tallado de la propia montaña. La nieve cubría el tejado y salía humo de la chimenea de piedra. Parecía una escena sacada de una tarjeta postal. Y ahora era su casa.
Su pecho se apretó y ella tuvo el absurdo impulso de reírse como un niño en una tienda de dulces. Casa.
La vida era una extraña cadena de ironías. Lo aprendió bastante rápido. Solamente con la muerte de sus sueños, los encontró.
¿Pero funcionaría?
Una sombra de duda arruinó su alegría. Pensó que Jacob era la respuesta a sus sueños. Rico, aparentemente enamorado de ella, protector. El hombre de los sueños de cualquier joven. O pesadillas.
¿Volvía a hacer el mismo error? No pensó en la decisión de casarse con Jacob y se quemó.
Frunció el seño. ¿Si no hubiera existido Jacob, si no habría necesitado desesperadamente un lugar en donde esconderse, habría conocido a los hermanos y lo qué ofrecían?
Intentó encontrar la mujer que fue antes de Jacob, pero encontró que era imposible igualar la mujer que era con la que fue.
Le dolía la cabeza. Intentaba demasiado analizar sus sentimientos. Sabía lo qué pensaba que sentía por los hermanos, pero ¿y si estaba equivocada? ¿Y si la atracción qué sentía por ellos era solo una medida de conservación? ¿Gratitud por el seguro refugio qué le proporcionaba?
¡Mierda!
No era justo para ellos. Querían una mujer que los podía amar a los tres, no una mujer que no podía pensar por sí misma, que era un desastre, una que tomaba malas decisiones.
—Si frunces más el rostro, tu bonita cara va a quedar arrugada para siempre —dijo Edward.
Ella le echó un vistazo, y un calor culpable bañaba sus mejillas. No había prestado ninguna atención, a él, a su caballo o a donde iban. Y Edward se dio cuenta.
—Discúlpame —dijo bajito—. Estaba pensando.
Edward encogió los hombros.
—Fue por eso que te invité a salir un poco. Parecía que necesitabas una pausa- Se volvió en la silla, mirando fijamente hacia delante, y el silencio bajó otra vez entre ellos.
Suspiró. Él no insistía. Le gustaba eso. Pero ninguno de los hermanos insistía demasiado. Emmet podía ser exigente. Cualquier idiota podía ver esto, pero no sobrepasaba sus límites.
—Es bonito aquí —comentó ella, enfocando su atención en Edward.
Él asintió.
—Ningún lugar en la tierra es más hermoso que las Montañas Rocosas.
Amaba aquel lugar. Lo podía decir por como sus ojos se empañaron mientras miraba el paisaje. Algo de su desolación y tormento que llevaba como un permanente tatuaje desapareció, reemplazado por la satisfacción.
— ¿Cómo llegaron aquí? —preguntó ella.
Él volvió a encoger los hombros.
—Crecimos en un rancho. Era natural que quisiéramos uno. Y nos gusta cazar. Así que decidimos combinar esos factores y vivir de ello.
Ella pensó durante un instante. La cabaña en la que vivían era grande. Aunque no comían en el comedor, el cuarto tenía una mesa en la que cabían fácilmente dos docenas de personas. Y había varios cuartos a los que aún no había explorado. Un pensamiento preocupante apareció en su mente.
— ¿Así que cuando llega la temporada de caza, hay muchos cazadores en la cabaña? —preguntó.
La estudió durante un momento, como si hurgara en sus pensamientos.
— ¿Estás preocupada sobre lo que pensarán? —preguntó, su tono era ligeramente desafiante.
—No lo sé —dijo honestamente—. Quiero decir, yo no sé cómo me presentarán. ¿Cómo me presentarán a otras personas?
—Como nuestra mujer —respondió él.
Sintió temblar a su estómago. Por un lado, parecía broma, la idea de que tres hombres tan sexy, la reclamaban como su mujer, pero por otra parte podía ser muy embarazoso.
—Te acostumbrarás —dijo él.
Se sintió que sus mejillas volvían a calentarse mientras se le ocurría otro pensamiento. Uno que no había considerado, pero a la vista de su muy distinta relación, no estaba segura.
Se tocó la garganta, pensando en cómo formular la pregunta.
Edward suspiró.
—Solo dilo. Cualquier cosa. No te voy a morder.
Ella lo miró, mientras que se ponía más roja con cada segundo.
—Solo me estaba preguntando... no estaba segura... —se paró—. ¿No habrá otros, verdad?
Sus ojos se oscurecieron y su cara se endureció.
—Mataré a cualquier hombre que te tocará.
La respuesta la aliviaba.
Edward continuó:
—Solo porque tenemos una situación distinta, una en la que nos estamos acostando con la misma mujer, no significa que vamos a compartirla con cualquier hombre. Eres nuestra. Nos perteneces, corazón y alma, y si otro hombre se atreve a mirarte, le arrancaremos la polla y se la meteremos por la garganta.
Ella no podía pararse. Se rió. Entonces se puso seria:
—Espero que no cometan un error.
Él se quitó el Stetson para mirarla mejor.
— ¿Estamos cometiendo un error, Bella?
Ella se encogió bajo su franca evaluación.
—No quiero que cometan un error —susurró ella—. No quiero que todo esto sea un error.
—Quizá estás apresurando las cosas —dijo él— no hay ninguna prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Aceptó el confort de sus palabras. Y quizá se estuviera apresurando. Mientras se sentía bien con la situación en la que se encontraba —no, que escogió—. Las relaciones llevaban su tiempo, aunque tenía la costumbre de lanzarse en ellas. Sonó como si estuvieran dispuestos a concederle tiempo, y le era agradecida.
Quedó sorprendida al ver que volvía a estar cerca de la cabaña. No se fijó en el paseo, perdida en sus pensamientos.
Fueron por detrás y pararon en el exterior del granero. Edward se deslizó de su caballo y la ayudó a bajar. Aterrizó a pocos centímetros de él y el calor de su cuerpo la alcanzó y la envolvió. Olía tan malditamente sexy. Justo como debería un hombre. Madera, cuero y una pizca de salvajismo.
Puso la mano en su pecho, incapaz de resistir la tentación. Su calor le quemó la mano. Edward gruñó.
—Vamos a llevar los caballos antes que te joda aquí mismo, en la nieve.
El deseo llenó cada pulgada de su cuerpo. Sus pezones se endurecieron, y rayos de placer ardían entre sus piernas, ante sus explicitas palabras.
Sus manos temblaban y lo siguió en el granero. Lo miró, mientras cepillaba los caballos. Imaginó que eran sus manos por su cuerpo, en vez del caballo. El sudor cubrió sus cejas. Lo quería. Aquí. Ahora. ¿Y si podía reunir el coraje, que la paraba de tomar lo que quería?

1 comentario:

  1. omg ojalá Bella deje de pensar tanto y se dedique a disfrutar lo que tiene :)

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