domingo, 9 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                              CAPÍTULO  2



Maldiciendo por lo bajo, Emmet sostuvo la cabeza de Bella mientras ella se caía. La sacó de la silla y la agarró en los brazos. Estaba claro que estaba exhausta y probablemente hambrienta, como lo indicaba su delgadez.
—La pondré en mi cuarto —dijo, mientras se dirigía al pasillo.
—Iré con Edward a buscar el coche —dijo Jasper.
Emmet la puso en la cama y la cubrió con la colcha. Gimió suavemente, y una expresión de dolor cruzó su rostro, pero no abrió los ojos.
Sintió una punzada en la sien y rechinó los dientes. Estaba huyendo de algo. O de alguien. Estaba tan asustada como un potro recién nacido y en sus ojos había tantos secretos, que en algunos momentos era difícil distinguir el color.
La contusión de las costillas lo molestaba. Podía ser de alguna caída, pero lo dudaba. No parecía reciente. Asió un mechón de pelo, notando la desigualdad del color. Apostaría que era morena. Del misma color que el pelo de entre sus piernas.
Con una ternura que no exhibía desde hace mucho tiempo, arregló la colcha en torno al cuello y caminó callado hacía la puerta. Necesitaba de un baño helado para calmar su dura polla, pero optó por salir y esperar a Jasper y Edward.
Llegaron media hora más tarde, conduciendo el jeep. Emmet caminó a su encuentro.
— ¿Que encontraron?
—Nada —contestó Jasper.
Emmet levantó una ceja. Entonces el ángel mintió. ¿No estaba pensando claramente, u honestamente creyó qué no lo descubrirían?
— ¿Cómo ésta? —preguntó Edward.
—Durmiendo —contestó Emmet—. Necesita comer.
Jasper parecía preocupado. Un sentimiento que Emmet comprendía. Que ellos hubieran encontrado a su mujer, era nada menos que sorprendente. Pero parecía que traía problemas.
Edward pareció incómodo.
—Nunca pensé que la encontraríamos. Y ahora que la tenemos, todo lo que puedo pensar es: ¿Y si no quiere quedarse? Yo también lo sentí. Papá dijo siempre que lo sabríamos, pero hasta ahora, pensé que era una exageración.
—Lo sé —dijo Jasper bajito—. Yo también lo sentí.
—Tiene problemas —dijo Emmet—. Tiene una contusión del tamaño de mi mano en las costillas, y no me gusta ni imaginar como sucedió. Y no es una rubia natural. Hizo un pobre trabajo para parecer así. Una señal de que tenía prisa.
— ¿Cree qué alguien la sigue? —cuestionó Jasper, con el rostro ensombrecido.
Edward cerró los puños.
— ¿Quién quería lastimar una cosa tan pequeña?
—No sé, pero una cosa es cierta. No podemos dejarla ir, no importa lo que tengamos que hacer —dijo Emmet adustamente.
— ¿Quién va a abordarla primero? —preguntó Edward.
Emmet se puso pensativo.
—Iré yo —dijo finalmente—. Es como tiene que ser. Es mi responsabilidad. Vosotros ayudareis en hacerla sentirse lo más cómoda posible. Vamos a tener que ir despacio o tengo miedo que pueda enloquecer.
—Ve con calma, Emmet —le advirtió Jasper.
Emmet lo miró.
— ¿Qué quieres decir con esto?
Jasper no retrocedió.
—Sabes exactamente lo qué quiero decir. Domas. Es tu naturaleza. Vas a tener que limitarte con ella. No creo que vaya a confiar, si se siente amenazada.
Las palabras irritaron a Emmet, pero sabía que Jasper tenía razón. Era autoritario, tanto en su vida personal, como en la profesional, quería siempre las cosas de su manera. En su mente, Bella era suya, no importaba si lo aceptara o no.
—Lo recordaré —dijo secamente—. Ahora que hemos acabado, voy a verla. ¿Por qué no preparan la cena?
Emmet se deslizó en el cuarto, para ver a Bella durmiendo silenciosamente. Después de quitarse las botas, levantó la colcha y se acomodó a su lado. Sorprendentemente, ella emitió un suspiro de satisfacción y se acurrucó contra él. Los senos se frotaron eróticamente contra su pecho, y su verga se hinchó contra los muslos. Cuando se movió contra él, su camisa se subió sobre las caderas, exponiendo su culo suculento. Incapaz de contenerse, levantó su mano para acariciar sus caderas y alzar la camisa hasta la cintura. Sus rizos oscuros lo atrajeron, le separó los labios del coño y resbaló el pulgar hacia abajo, sobre su botón. El dedo corazón bajó más, tocando su entrada, mientras que su pulgar continuaba acariciándola.
Ella gimió, cuando la penetró con un dedo y comenzó un leve movimiento circular. Estaba caliente y mojada y él estaba listo para estallar solo con tocarla.
Usando los dedos, apartó los labios de su coño y deslizó el pulgar por el clítoris. Su dedo medio se movió más abajo, acariciando la entrada y con el pulgar continuó el masaje. Respiró apresuradamente y se movió contra su mano. Sumergió un dedo, cerrando los ojos, fingiendo que era su polla. Era apretada. Condenadamente apretada.
Inclinó la cabeza y movió sus labios por el cuello de la camisa, hasta encontrar un tenso pezón. Cuando lo tocó, ella gimió. Movió su pulgar más rápido, mientras chupaba su teta. Se apretó contra su mano, cerrando las piernas en torno a ella, a medida que alcanzaba el orgasmo.
Captó su grito de placer con la boca. Lentamente, retiró la mano de su centro. Él podía sentir su esencia en su mano y quiso saborearlo. Estaba dolido por enterrar su eje entre sus piernas y amarla como nunca lo estuvo.
Sus ojos se abrieron somnolientos, los labios hinchados de sus besos.
—Dime que no estoy soñando —susurró ella.
—No estás soñando.
Con los ojos amplios, ella dejó salir un grito de sorpresa. Se alejó de él, cubriéndose con la colcha.
—¿Qué demonios está pasando? —exigió ella, con la voz aún carrasposa por la pasión.
Miró la confusión de sus ojos y su lucha entre el placer que sentía y su instinto natural.
—Te di un orgasmo —dijo simplemente.
—Yo... tú... —cerró la boca.
Le puso la mano en la nuca y la acercó.
—Por si te preguntas —le dio un beso largo y duro— planeo volver a hacerlo. Luego.
Ella lo empujó.
—Pero...
—Me deseas —él dijo con certeza—. Y yo te deseo más de lo que desee alguna otra mujer. Y voy a cuidarte.
Bella lo miró fijamente, en shock. Su corazón se aceleró. No solo había experimentado el mayor orgasmo de su vida —bueno, el único orgasmo de su vida, y si esto era normal, no tenía idea de cómo sobrevivían las mujeres— pero aquella declaración le llegó directamente a su corazón.
No podía creerle. Además, para empezar, su corazón la puso en la situación en la que se encontraba. Su deseo de ser amada y apreciada. El simple pensamiento de lo que estúpida fue, le dieron ganas de vomitar.
Su expresión estaba suave.
— ¿Quién te hirió, cariño? ¿Quién metió el miedo en tus ojos?
Ella tragó, nerviosa. Ese hombre, sin duda, era demasiado perceptivo. ¿Cómo podía estar acostada, casi desnuda, con un hombre al que conocía de menos de un día? Cerró los ojos. Eso no estaba pasando. Era un sueño. Un sueño maravilloso, pensó, pero un sueño. En cualquier momento volvería al horror de su vida.
—Déjame traerte tu ropa —dijo Emmet, saliendo de la cama—. Tienes que comer algo.
Instantes después, regresó con sus vaqueros y su suéter. Balanceaba su ropa intima en un dedo y ella se apresuró en arrancarla de su mano.
—Estaré en la cocina. Ven cuando estés lista.
Cuando él se fue, salió de la cama y rápidamente se puso la ropa interior. Su coño aún estaba latiendo por el explosivo orgasmo. Despacio, pasó los dedos sobre la seda de las bragas y deslizó la mano dentro.
Dudó cuando el dedo hizo contacto con el hinchado clítoris. Dios, el hombre era letal. Reacia, alejó la mano y vistió los vaqueros.
Cuando acabó de vestirse, se dirigió a la puerta y se quedó indecisa. ¿Cómo podría enfrentarlo después de lo qué había sucedido? Su cara se enrojeció de vergüenza. Debía de estar pensando que era una mujer ligera de cascos.
Inspirando profundamente, abrió la puerta y siguió por el pasillo, en dirección a la cocina. El maravilloso olor le dio muchísima hambre. Hacía mucho tiempo desde la última vez que tomó una buena comida. Los tres hermanos la miraron cuando pasó por la puerta. Se quedó con los ojos bajados, tenía miedo de que Emmet les hubiera contado qué había pasado.
Edward se acercó y le pasó una mano en el hombro.
— ¿Estás bien?
Ella asintió, horrorizada por su reacción. Seguramente, aún estaba bajo el efecto del orgasmo que tuvo hace poco. Estaba enloqueciendo. Se transformaba en una puta. Atraída por tres hombres.
—Estoy bien —dijo, alejándose de su toque.
Jasper le puso un plato delante.
—Te sirvo en un segundo. ¿Tienes hambre?
Su estómago rugió en respuesta.
—Sí —admitió.
— ¿Cuánto tiempo llevas sin comer? —preguntó Emmet, con expresión pensativa.
—No lo recuerdo —contestó vagamente.
Intercambió miradas con sus hermanos y ella esperó no haber levantado más sospechas. Necesitaba desaparecer rápido, antes de que alguien descubriera donde estaba. O quién era.
Minutos más tarde, Jasper le llenó el plato de huevos y jamón.
Sus manos temblaban ligeramente cuando empezó a comer.
Emmet estaba a su lado, con los brazos cruzados. Asintió viéndola como comía: lo más rápido que podía.
—Baja la velocidad, cariño. Te vas a enfermar.
Acabó y dejó el tenedor en el plato. Jasper le puso delante un vaso de zumo de naranja, y ella, sonrió en señal de agradecimiento antes de beber la mitad del contenido.
Una fuerte llamada se escuchó en la puerta y Emmet frunció el ceño.
— ¿Quién podría ser? —detuvo a Jasper y a Edward, que caminaban hacía la puerta.
—Esperen —ordenó—. No sabemos quién está fuera.
Todos se volvieron hacía donde estaba sentada Bella, solo que ella había desaparecido. Emmet maldijo. Había huido asustada cuando escuchó la llamada.
—Voy a encontrarla —dijo Jasper. Su tono sugería que cuidaría a Bella, mientras que Emmet y Edward resolvían la amenaza de fuera.
Sorprendentemente, la puerta se abrió y Rosalie Hale se asomó.
— ¿Estáis adentro? —gritó ella. Paró cuando vio a Emmet y a Edward.
Emmet se relajó. Rosalie era la sheriff del pueblo, y solía aparecer de vez en cuando, para ver cómo les iban las cosas. Alta, delgada y pelirroja. Todo lo que Bella no era. Una vez, Emmet pensó que Rosalie podía ser ella, pero sus hermanos no compartieron su atracción.
Sacó su Stetson y entró en la cabaña. Le lanzó a Emmet una sonrisa insolente.
— ¿No estás contento de verme?
Edward carraspeó y se sentó en el banco.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Emmet, cruzando los brazos y adoptando una pose intimidante. Normalmente, no le importaba bromear con Rosalie, hasta coqueteaba un poquito. Pero eso fue en el pasado. Ahora quería que se fuera lo antes posible.
Rosalie se deslizó en el banco, junto a Edward; levantó sus largas piernas y las apoyó en un taburete.
— ¿Dónde está el tercer tonto? —preguntó, buscando a Jasper.
—Cerca —dijo Emmet.
Arqueó una ceja, pero no hizo otros comentarios.
—Vine para saber si vieron una joven, alrededor de veinte años, morena, bajita. Estamos investigando un posible rapto, pero podría haberse escapado. Encontramos el coche abandonado al pie de la montaña y verificamos el área. ¿No vieron nada?
Emmet negó con la cabeza y desvió la mirada hacía Edward.
— ¿No vieron nada, cuándo estuvieron fuera?
—Nada.
Volvió su atención hacía Rosalie.
— ¿Crees qué ella aún está por aquí?
—Lo dudo. Podía ser, si estuviera sola, pero no creo que llegaría hasta aquí. Chica de la ciudad, por lo que sé. Se piensa que estaría por aquí.
— ¿Necesitas rastreadores? —preguntó Emmet, sabiendo que si no se ofrecía, parecería raro. Él y sus hermanos, ayudaban a localizar personas desaparecidas. El verano pasado, encontraron a una niña que se había perdido cuando salió del campamento de sus padres.
Rosalie negó con la cabeza.
—No. Como os dije, solo quise verificar la posibilidad de que alguien vio algo. Ni sabemos de quien es el coche. Seth está intentando descubrirlo mientras hablamos. Puede ser que no haya tomado este camino.
Emmet quiso hacer más preguntas. ¿Qué habría hecho Bella para que crean qué huyó y quién supuestamente la habría secuestrado? Pero sabía que esto solo despertaría las sospechas de Rosalie, porque los hermanos Cullen siempre se mantenían apartados de los problemas de los otros. No se metían en los problemas de nadie.
—Bien, nos avisas si te podemos ayudar —dijo brevemente.
Rosalie se rió, enrojeciéndose.
—Hubo un tiempo en el que eras más receptivo —dijo suavemente mientras se le acercaba, rozándole los brazos con sus pechos.
El se alejó, ansioso de que se fuera, para poder hablar sobre Bella.
—Adivino que te veré por allí —dijo Rosalie, decepcionada. Se puso el Stetson y caminó hacia la puerta—. ¿Me avisaran si ven algo?
—Te avisaremos —dijo Emmet.
Cuando la puerta se cerró, Emmet expiró profundamente.
—Estaba buscando a Bella —dijo, con las cejas fruncidas.
Giró y se fue rápidamente hacia el dormitorio, con Edward siguiéndolo. Cuando vio a Bella en la cama, abrazando sus rodillas, sintió una mano invisible apretando su corazón. Jasper, sentado a su lado, le acariciaba la espalda, pero ella ni siquiera percibía su presencia.
Emmet maldijo y se arrodilló delante de ella, cogiéndola por la mano.
—Cariño, escúcheme. Estás segura. Solo era nuestro sheriff.
Bella levantó los ojos alarmada, llena de miedo.
—Ningún policía —murmuró aterrada.
—Ningún policía —asintió él.
—Prométeme —le pidió en un patético grito.
—Puedes confiar en nosotros —dijo Jasper, bajito—. No permitiremos que nadie te haga daño. Se relajó un poquito, inclinándose más hacia las caricias de Jasper. Emmet la tenía agarrada por la mano, y la acarició, intentando tranquilizarla.
—Escucha, cariño. Necesitamos hacerte algunas preguntas.
Ella dejó escapar un gemido aterrado.
—No. Ninguna pregunta. Por favor, déjenme ir. Necesito irme.
La mano de Jasper, que le acariciaba la espalda se paró, y al lado de Emmet, Edward se tensó. Emmet supo que tendría que ocuparse de todo. No podía dejarla escapar. No podrían mantenerla segura si huía.
Intercambio una mirada con sus hermanos. Estaban todos unidos en aquel caso. No la dejarían partir. Y no dejarían que alguien le haga daño.
Se sentó en la cama, a su lado.
—Cariño, puedes confiar en nosotros. No vamos a herirte. Y tampoco dejaremos a alguien que te haga daño. Pero tenemos que saber que está pasando. Que te hicieron.
El pánico llameó en sus ojos. El miedo llenó su rostro.
—N... n... no lo entienden —tartamudeó—. Nadie puede ayudarme. Nadie puede detenerlo y... y... él... —lo dijo como si hablara del mismo demonio.
— ¿Quién, cariño? ¿De quién estás hablando? —susurró Emmet.
Balanceó la cabeza, su agitación aumentaba con cada segundo. Del otro lado, Jasper agitó la cabeza en una advertencia para Emmet, que la estaba empujado demasiado. Parecía a punto de romperse.
— ¿Por qué no descansas un poco? —dijo Emmet, aunque quería saber más, quería tener las respuestas de todas sus preguntas.
Jasper la acostó suavemente y la cubrió con la colcha.
—Estamos fuera, si nos necesitas —y le dio un beso en la frente.
Sus ojos estaban cerrados antes de que salieran del cuarto.
Los hermanos entraron en la cocina, los tres con expresiones feroces.
— ¿Qué quería Rosalie? —preguntó Jasper.
Emmet le contó rápidamente a Jasper todo lo que dijo Rosalie.
— ¿Entonces, alguien la secuestró? —Preguntó Jasper, incrédulo—. No tiene ningún sentido. Si la hubieran raptado, estaría dispuesta a contarlo e ir a la policía.
—Estoy de acuerdo. No tiene ningún sentido —dijo Emmet. Es por eso que, no vamos a contar a nadie sobre Bella, por lo menos hasta que sepamos toda la historia. Alguien la asustó de muerte. Un hombre. Un hijo de puta le hizo daño.
—Se siente atraída por nosotros —dijo Jasper—. Por los tres. Y esta confusa por la atracción que siente- Emmet asintió, y la satisfacción llenó su cuerpo. Después de una larga espera, finalmente encontraron la mujer con quien pasarían el resto de sus vidas.

2 comentarios:

  1. Bueno me estoy adelantando...pero me encanto que haya sido Edward el primero!!!
    Besos...
    Una cosa... apesar de leerla aca me la podras regalar o compartir para mi biblioteca???
    pliss!!

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  2. que bueno que Rosalie no se dio cuenta de nada ojalá Bella no se escape en medio de la noche

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