lunes, 10 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                                  CAPÍTULO  8


Edward agarró a Bella por la muñeca y la empujó detrás de él. Su rostro se oscureció con ira y Emmet avanzó, esforzándose para salvar una situación potencialmente peligrosa. Sabía que a Edward no le gustaba Rosalie, y si ella amenazaba a Bella, temía lo que su hermano pudiera hacer.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Y qué es lo quieres? —exigió Emmet.
Rosalie levantó la ceja, sorprendida por su rabia.
—La pregunta es ¿qué está ella haciendo aquí? —Preguntó Rosalie señalando a Bella con la cabeza—. A menos que esté equivocada, tiene una misteriosa semejanza con la mujer desaparecida, del informe que está en mi escritorio.
Maldición, Maldición, Maldición. ¿Por qué tuvo qué aparecer Rosalie justamente ahora?
—Su esposo declaró que fue secuestrada —continuó Rosalie—. ¿Qué tiene que decir la señora sobre eso?
—No fui secuestrada —dijo Bella.
Edward la mantuvo detrás de él y miró duramente a Rosalie.
—Como puedes ver, está perfectamente —dijo Edward, frío—. Estoy seguro de que sus servicios son necesarios en otro lugar. No aquí.
Rosalie titubeó.
—Nunca te gusté —agitó la cabeza—. Pero no es ésta la cuestión. La cuestión es que tengo a un esposo preocupado, buscando a su esposa perdida. Ahora si está aquí por propia elección, no es mi problema, pero necesito que venga hasta la comisaría, para dar una declaración. Lejos de cualquier influencia impropia —completó, mirando intencionalmente los tres hermanos.
—Sobre mi cadáver —murmuró Emmet.
—No va a ninguna parte, cerca a este bastardo —dijo Jasper.
Rosalie suspiró y llevó la mano a la cadera, cerca de la pistola.
—Veo que no van a facilitarme esto.
—Iré —dijo Bella, moviéndose para quedar en frente de Edward.
Emmet sintió un aprieto en el corazón y el miedo invadió sus ojos.
—No, cariño. No irás.
Lo miró preocupada.
—No os causaré problemas. Iré.
—Maldita sea —dijo Edward—. Rosalie te puede tomar aquí la maldita declaración.
—Mira, no sé qué demonios está pasando aquí, pero necesito la versión de la Sra. Black. Sin la presencia de tres trogloditas mirando sobre mi hombro. Necesito que venga conmigo. No me fuerces a usar la fuerza, Emmet. Sabes que no quiero hacer esto.
—Qué demonios es tú problema, Rosalie —exclamó Jasper, sorprendiendo a Emmet por la ira de su voz.
—Estoy haciendo mi trabajo —declaró—. Me mentiste cuando pregunté si la habían visto. Tengo a un hombre muy importante, atosigando a todos en la ciudad, buscando a su esposa perdida. Su nueva esposa, podría añadir. Ahora la encuentro aquí. Me parece muy asustada, así que quiero hablar con ella a solas, porque necesito oír de su propia boca que está pasando.
—No tiene miedo de nosotros —precisó Edward.
—Bien. Entonces, puede venir conmigo y explicármelo.
A Bella se lo cortó la respiración, intentando no dejarse llevada por el pánico. No podía dejar que los hermanos tuvieran problemas, solo por estar protegiéndola. Ya era la hora de actuar por sí misma. Emmet dijo que su amigo podía manejar su divorcio. Tendría que ir con Rosalie y explicarle algo de todo esto. En caso contrario, se liberaría todo un infierno.
Se movió en dirección de la mujer, determinada a no dejarse intimidada. Edward agarró su brazo e intentó traerla de vuelta. Se volvió a él, intentado alejar el miedo de los ojos.
—Tengo que hacer esto —dijo.
—Iremos contigo —afirmó Edward.
Negó con la cabeza.
—No, no pueden. Es algo que tengo que hacer sola.
La incertidumbre brilló en los ojos de Edward, y por un momento, creyó ver miedo. Entonces, su expresión se endureció en una máscara impenetrable.
—Volveré —dijo suavemente.
—No me gusta eso —protestó Jasper.
—Su esposo no puede acercarse a ella —murmuró Emmet—. ¿Me oíste, Rosalie? Conseguirás tú maldita declaración, pero mantén al bastardo alejado de ella. Estoy encargándote de su seguridad.
Bella se sorprendió por la dureza de su voz. Rosalie asintió, después señaló la puerta.
—Después de usted, señora.
Bella volvió a mirar los tres hermanos, con una súbita ola de incertidumbre. No quería dejar la seguridad que había encontrado aquí.
Antes de que pudiera seguir a Rosalie, Emmet dio un paso y la abrazó contra él. Sus labios se encontraron en un beso hambriento, como infundiéndole fuerzas.
Rosalie se puso el abrigo y Bella se giró para marcharse. Saliendo, tembló de frío. Se olvidó el abrigo.
Caminó hasta el jeep Cherokee, sus botas pisaban la nieve. Rosalie le señaló la silla del pasajero y se dio la vuelta para sentarse en el volante.
Bella se deslizó en el cálido interior, contenta de que Rosalie dejó encendido el motor. Miró por la ventana, sintiendo un nudo en la garganta, según aumentaba la distancia de la cabaña.



— ¡No podemos dejarla ir! —dijo Jasper.
Edward permanecía donde lo dejó Bella, con los ojos en la puerta.
Emmet se pasó la mano por el pelo, preguntándose qué demonios han hecho.
—No confío en aquel bastardo. Voto que bajemos de la montaña y nos quedemos vigilando las cosas. Si Bella nos necesita, iremos. Será mejor que quedarnos sentados aquí.
Jasper asintió.
Emmet miró a Edward, que aún no se movía.
— ¿Vienes con nosotros?
—Se fue —dijo con voz cansada—. ¿Cómo sabremos que quiere volver?
Aunque la declaración de Edward enojó a Emmet, supo que expresaba sus miedos.
—Se fue para protegernos —dijo Jasper—. Y es nuestro deber protegerla.
—Vamos. Estamos perdiendo el tiempo —dijo Emmet. No tenía ningún deseo de arbitrar una pelea entre sus hermanos menores.



Bella y Rosalie viajaron en silencio hasta la ciudad. Rosalie paró delante de un edificio de madera, pequeño, que alojaba la oficina del sheriff. Bella se tensó. Su corazón se disparó. El BMW de Jacob estaba aparcado a pocos metros.
—No me dijiste que él estaría aquí —protestó, mirando a Rosalie con ojos furiosos.
Rosalie se encogió los hombros.
—Es tu esposo. ¿En qué otro lugar estaría? Está enfermo de preocupación por su culpa.
—No sabes nada sobre mi esposo —escupió Bella.
Rosalie le lanzó una rápida mirada.
—Mire, dice que fue secuestrada. Si no lo fue, bien. Solo entre, firme la declaración y puede seguir su camino.
Bella abrió la puerta con las manos temblando, anduvo hasta la entrada y esperó a Rosalie.
Cuando entró, secó las manos en los vaqueros. Encontraría suficiente valor. Lo haría. Podía hacer eso. Jacob no podía hacerle daño delante de testigos, y no iría con él, pasara lo qué pasara. Era su oportunidad de libertarse de él.
—Querida. ¡Estás aquí!
Bella se estremeció cuando la voz de Jacob produjo eco por de la sala, y se encontró rápidamente en sus brazos. Se alejó deprisa y puso la mayor distancia posible entre ellos.
Jacob se giró hacia Rosalie.
—Gracias por traer de vuelta a mi esposa. Si no le importa, nos vamos. Quiero estar seguro de que no está herida.
Bella jadeó.
—No voy a ninguna parte contigo.
Jacob dio la espalda a Rosalie, y sus ojos brillaban peligrosamente.
—Estoy seguro que pasaste por toda una prueba, mi amor. Te voy a llevar lejos de toda esta mierda.
Bella se alejó, mirando a Rosalie, pidiendo su ayuda.
Rosalie interfirió:
—Sr. Black, su esposa alega que no fue secuestrada. Está aquí por propia voluntad, y, aparentemente, no tiene ningún deseo de irse.
Jacob se volvió, pero Bella pudo ver qué enseñaba su más encantadora sonrisa.
—Aprecio su preocupación por mi esposa, pero éste es un asunto personal, y es mejor resolverlo entre nosotros. Quizá podríamos estar a solas durante algunos minutos.
—No —exclamó Bella.
—Me temo que esto es imposible, Sr. Black, a menos que su esposa estuviera de acuerdo.
Miró a Bella en busca de confirmación. Bella negó vehementemente.
—Dijiste que todo lo que tenía que hacer era firmar una declaración. No me iré con él.
Jacob la alcanzó y agarró su brazo, haciéndole daño. Sus dedos se clavaron en el brazo y ella jadeó de dolor.
—Tengo un vuelo listo para Denver. Estaremos de camino en cuanto firmes esto.
Ella miró fijamente a Rosalie y le pidió:
— ¿Puede dejarnos a solas durante un momento? Dos minutos. Si no estoy fuera en dos minutos, ven a ayudarme.
Rosalie levantó la ceja con sorpresa, pero asintió:
—Estaré fuera —lanzó una dura mirada a Jacob—. No intente nada estúpido, Sr. Black.
En cuanto Rosalie salió por la puerta, Bella liberó su brazo y se alejó de Jacob.
— ¡Quédate lejos de mí! —gritó ella—. ¡Nunca volveré contigo!
—Quizá no recuerdas qué pasa cuando me desafías —dijo él, y su voz tenía una clara advertencia.
Levantó la barbilla, dispuesta a no mostrar el terrible miedo que sentía. Al contrario, ella apostó todo por una carta:
—Sé lo que hiciste el día de nuestra boda —dijo—. Te vi matar a aquel hombre.
Jacob apretó los labios en una línea fina.
—No me amenaces, Bella. Haré que te arrepientes del día en que naciste.
— ¡Tú no me amenaces! —contraatacó ella—. Voy a pedir el divorcio y me lo vas a dar, o juro por Dios, iré a los periódicos, a la policía, al FBI o a quien tenga que ir y voy a contar al mundo que bastardo eres.
Los ojos de Jacob llamearon por la sorpresa.
—Pequeña y chantajista puta.
Ella apretó los dientes.
—Voy a salir de aquí, y nunca voy a volver contigo. Si te vuelves a acercar a mí, si osas decir mi nombre, voy a hacer que pudras en la prisión.
La sorpresa creció en los ojos de Jacob. Él iba a herirla. Podía leer eso en su expresión. Bien, eso estaba bien. Porque se aseguraría de que no volvería a hacerlo.
La puerta se abrió y entró Rosalie.
— ¿Está todo bien? —preguntó, mirando a Bella.
—Me voy —dijo Jacob, con la voz llena de ira—. Aparentemente cometí un error.
Pasó por al lado de Rosalie y cerró la puerta detrás de él.
Bella escuchó un zumbido y sintió que iba a desmayarse.
—Aquí —dijo Roalie, empujando una silla—. Quizá debería sentarse.
Bella se sentó en la silla, y sus manos estaban apretadas en puños. Lo hizo. Se enfrentó a Jacob, y le resistió. Ahora todo lo que quería era volver con Emmet, Jasper y Edward.
— ¿Puedo usar tu teléfono? —preguntó con voz ronca.
Rosalie gesticuló hacia el escritorio.
—Allí lo tienes.
Bella se levantó y se acercó al escritorio, y se dio cuenta de qué no sabía el número del teléfono de la cabaña. Con las mejillas ardiendo, miró a Rosalie.
— ¿Sabe el número del teléfono de Emmet?
Rosalie se lo dijo, con una familiaridad que molestó a Bella. Marcó el número y esperó ansiosa mientras llamaba. Después de diez toques, colgó suavemente, y su corazón se apretaba con preocupación.
—Puede llamarle al móvil —dijo Rosalie secamente.
El calor volvió a invadir el rostro de Rosalie, pero cogió el teléfono y miró con esperanza a Rosalie. Después de marcar el número, esperó.



Los hermanos llegaban a la ciudad, cuando se escuchó el móvil de Emmet. Él respondió y murmuró un hola.
— ¿Emmet?
Oyó la suave voz de Bella.
— ¿Cariño, estás bien? —preguntó él.
—Puedes... ¿puedes venir a recogerme?
— ¿Dónde estás?
—Estoy en la oficina del sheriff —contestó.
—Llegaremos allí en cinco minutos —prometió él—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo, con voz más fuerte que antes.
—Espera solo un minuto, cariño. Estamos llegando.
Colgó y tiró el móvil. Tenía docenas de preguntas que hacerle, pero su prioridad era llegar a ella lo más rápido posible.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Jasper.
—Quiere que la busquemos en la oficina del sheriff —contestó Emmet.
Echó un vistazo a Edward por el espejo retrovisor, y vio alivio en el rostro de su hermano.
Llegaron a la ciudad y se acercaron a la oficina del sheriff. Emmet frunció el ceño, cuando vio un BMW pasar por delante del Land Rover.
—Hijo de puta —juró Jasper—. Es su esposo.
Emmet pisó el freno, abriendo la puerta del coche antes de que se parara completamente. ¿Se la llevó el bastardo? ¿Rosalie lo dejó salir con ella?
Los hermanos salieron corriendo hacia la oficina del sheriff.
Emmet llegó primero a la puerta y la abrió, buscando a Bella en el interior. La tensión lo abandonó cuando la vio sentada, detrás del escritorio. Ella levantó los ojos, y con un grito, se lanzó en sus brazos.
Él la abrazó.
—Gracias a Dios que estás bien —él dijo en un murmullo.
Ella lo agarró con más fuerza, su rostro estaba enterrado en su cuello.
—Lo hice —susurró—. Dije que quería el divorcio.
Emmet acarició su pelo y besó su sien, y la satisfacción recorría sus venas. Con desgana, la sentó. Igual de rápido, Jasper la tomó en los brazos, abrazándola tan fuerte como Emmet. La besó ligeramente, su alivio era evidente.
Del otro lado de la sala, Rosalie se quedó con la boca abierta. Sus ojos se abrieron mucho, al entender. Emmet sabía que la compresión la dolía.
—No era yo —dijo despacio—. Nunca fui yo... eran ellos.
Emmet no fingió no haberlo comprendido. Pasó la mano por el pelo y se acercó a Rosalie.
—Cometí un error —admitió honestamente—. Eres una buena mujer, Rosalie.
—Aparentemente, no lo suficiente —dijo afligida.
Emmet suspiró. No quería una escena, especialmente delante de Bella. Una vez se sintió atraído por Rosalie, hasta pensó que sus hermanos podían sentir lo mismo, pero no lo hicieron. Jasper reaccionó con indiferencia y a Edward no le gustó. Sabía que nunca iba a funcionar entre ellos, pero seguía pasando tiempo con ella. Fue una buena compañía y alguien con quien tomar una cerveza. Pero no estaba destinada a ocupar un lugar en su corazón. Este lugar estaba reservado a Bella.
Vio el dolor en los ojos de Rosalie y anheló no haber sido él el culpable.
—Debemos irnos —dijo Edward, hablando por primera vez—. Va a nevar.
—Necesito que ella firme la declaración —dijo Rosalie—. Después, se podrán ir —buscó en su mesa y encontró un papel y un bolígrafo. Bella los agarró y miró el papel en blanco.
— ¿Qué debo escribir? —preguntó suavemente.
—Cualquier cosa que quiera —contestó Rosalie—. No quiero estar casada. O estoy jodiendo las mentes de cuatro hombres —encogió los hombros—. Solo hazlo rápido. Tengo trabajo que hacer.
—Ya es suficiente, Rosalie —dijo Emmet y su voz era más dura de que pretendió.
Bella garabateó tres líneas, firmó y puso el papel sobre la mesa, y se volvió. Caminó hacia la puerta, en donde Jasper y Edward la esperaban. Estaba lista para irse.
—Déjame traer tu abrigo —le pidió Edward—. Olvidaste traerlo.
Salió de la oficina y volvió treinta segundos más tarde con el abrigo, la ayudó a vestirse y pasó protectoramente el brazo alrededor de ella.
—La llevó al jeep.
Emmet asintió y miró como Jasper los seguía. Se volvió hacia Rosalie, con los labios apretados.
—Entiendo qué estás disgustada, pero no es una razón para ser una bruja con Bella.
Rosalie se enrojeció por la reprimenda.
— ¿Por qué no me avisaste de qué tenían qué aceptarme? —preguntó ella.
—Porque ellos no lo quisieron.
—Entonces nunca tuve la oportunidad.
Emmet agitó la cabeza.
—No.
Sus dedos se cerraron.
— ¿Entonces no hay nada más a decir, verdad? Que tengas una buena vida al lado de tú pequeña y débil muñeca.
Emmet estrechó los ojos ante el insulto, pero se negó a discutir. Bella lo esperaba para volver a casa. Y eso era todo lo que importaba.
Se giró y se fue.

1 comentario:

  1. Vaya sorpresa con esa vibora de Rosalie pero bravo por Bella que se enfrento a ese cerdo de Jacob ojalá que se acelere lo del divorcio para que pueda casarse con los hermanos :D

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