miércoles, 12 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                         CAPÍTULO  16


Emmet entró caminando en la sala de estar, buscando a los otros. Por la primera vez en un más tiempo que él podía recordar, había dormido hasta después del amanecer. Había bromeado diciendo que Bella lo extenuaba, pero era la verdad. Sonrió abiertamente y flexionó sus músculos cansados. Un hombre solo podía soñar con aquella clase de fatiga.
Entró en la cocina, esperando encontrar allí a todo el mundo.
Sin embargo, Jasper estaba solo.
—Buenos días —saludó Jasper, mientras se servía café.
— ¿Dónde están Edward y Bella?
—En el granero.
Emmet se recostó en la mesa.
— ¿En el granero? ¿Van a montar? Tenemos que ponernos en marcha.
Los labios de Jasper se curvaron en una sonrisa divertida.
—Le está dando clases de autodefensa.
— ¿Hum?
Jasper se encogió de hombros.
—Están allí como una hora.
Emmet gruñó.
—Edward debe estar sintiéndose mejor.
Jasper explicó.
—Bella se levantó ayer por la noche, después que Edward se fue a su cuarto. Cuando me levanté esta mañana, estaban durmiendo tan apretados que no se podía saber donde terminaba uno y comenzaba el otro. Edward está más en paz desde que yo recuerde haberlo visto-
Emmet sintió que su corazón se ilumina con aquel anuncio. Quizá Bella conseguiría destruir los demonios del alma de Edward. Dios sabía que los tenía desde hace mucho tiempo.
Él se inclino, cruzando los brazos. Era un milagro. Para todos ellos.
—Ella es increíble —dijo Jasper.
Emmet levantó los ojos y supo que Jasper había leído sus pensamientos, sobre Bella. Asintió.
—Sí, lo es. No puedo creer que la hayamos encontrado.
Él no podía describir la sensación de temor. Sabía que sus hermanos abrigaban dudas sobre si hallarían a la mujer que los completaría, pero él siempre supo que así sería. Sentía eso. Pero, no sabía cuando ni como.
—Espero que Cal pueda obtener el divorcio tan rápidamente como lo espera —habló Jasper más fuerte—. Necesitamos ser cuidadosos, Emmet. Yo no veo a su marido dispuesto a alejarse tan fácilmente si sabe que ella lo puede destruir.
Emmet movió la cabeza, un nudo de preocupación creció en su estómago.
—Pensé en lo mismo.
La puerta de la cocina se abrió y Bella entró sonriendo, con Edward detrás de ella. Emmet percibió la serenidad de sus rostros. En sus ojos no había ningún tormento, ninguna oscuridad. Edward parecía feliz.
Bella lo miró, y Jasper sonrió de oreja a oreja, luego ella se lanzó en los brazos de Emmet. Él se sorprendió, y acarició su espalda, hasta que ella se rió.
Él besó la cima de su pelo y envolvió sus brazos firmemente alrededor de ella. Miró hacia sus hermanos, percibiendo en sus ojos como les afectaba la presencia de Bella.
— ¿Estás lista para ponerte en marcha? —preguntó Emmet, alejando a Bella de su pecho.
Ella frunció la nariz y contestó.
—Solo si me siento delante.
Él se rió, besó su barbilla, y la empujó para adentro.
—Ve a por tu bolso, te esperamos fuera.



El viaje a Denver fue rápido. Bella apreció el paisaje, en paz, parecía segura y despreocupada. Esperaba conseguir el divorcio de forma simple, como los hermanos le sugirieron. Pero, inconscientemente, se preguntaba si Jacob realmente la dejaría tan fácilmente.
Cuando aparcaron en frente del hotel, Bella se quedó impresionada. Miró a Emmet con una sonrisa traviesa en los labios. Levantó una ceja.
—No hubiera creído que se iban a quedar aquí. En el centro de la ciudad.
Él sonrió.
—No somos campesinos salvajes. No nos entiendas mal. Nos sentimos más cómodos fuera de la ciudad, pero pensábamos que te gustaría esto, y la oficina de Cal no queda lejos.
—Y estamos cerca de las tiendas —dijo Jasper inclinándose hacia adelante—. Podrás hacer todas las compras que necesitas y te acompañaremos.
— ¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos? —preguntó Bella.
—Algunos días —contestó Emmet, mientras abría la puerta—. Creo que todos apreciaremos un descanso.
Bella, Jasper y Edward esperaron, mientras Emmet se registraba. Algunos minutos más tarde, regresó y les buscó en el jeep.
—Vamos a entrar, para refrescarnos y comer algo.
— ¿Un filete, quizá? —preguntó Bella con esperanza. Su boca salivaba solo al pensar en un bueno y jugoso filete.
Edward se rió.
 —No nos tenemos que preocupar por si se integrará—
Salieron, y Bella tembló por el frio que hacía. Edward la abrazó con un brazo y la acercó, mientras se apresuraban hacia la entrada.
Entraron en el ascensor y Emmet presionó el botón del último piso. Salieron y fueron hasta el fin del pasillo. Emmet abrió la puerta y Bella entró en el cuarto.
Ella suspiró apreciando la gran suite. A la derecha, un baño con Jacuzzi y ducha, a la izquierda, dos habitaciones.
Había una confortable sala con un sofá y dos sillas, una televisión de pantalla grande y bar de cóctel.
— ¿Quieres que te prepare un baño? —le preguntó Jasper.
Ella negó, y entró en una habitación.
—Me daré solo una ducha rápida. Me estoy muriendo de hambre.
Ella entró rápidamente en el grande baño y encendió la ducha. Sacó de su maleta un par de vaqueros, una camisa y ropa íntima. Sonrió, tanto sus bragas como el sujetador eran blancos. Cuando se fuera de compras, la lencería sería una de las primeras cosas que compraría.
Treinta minutos más tarde, salió del baño y les encontró mirando la TV.
— ¿Listos? —preguntó ella.
Se levantaron y salieron. Abajo, se acercaron al Land Rover, y entraron.
—Cerca, hay un buen restaurante —dijo Emmet—. Tiene una buena atmósfera.
—Suena bien—dijo entusiasmada.
La verdad era que no le importaba donde iban. El pensamiento de un jugoso filete la hacía salivar. Si no tenía cuidado, tendría que secarse la baba de la barbilla.
Entraron en un atestado aparcamiento. Era una construcción antigua, adaptada de una cabaña de madera de cedro y un porche delantero con sillas mecedoras desiguales.
Bella caminó hacia la entrada, con los brazos en torno de las cinturas de Edward y Jasper. Ésa era su primera excursión con los tres, y se sentía cohibida, pero al mismo tiempo, deliciosamente feliz. ¿Qué mujer no se pondría verde de envidia? Estaba con tres hombres maravillosos y atractivos.
Emmet dio su nombre a la mujer de la reserva y en pocos segundos, fueron llevados a una mesa, en la otra extremidad del restaurante.
Edward empujó una silla hacia ella, y Bella se sentó cerca de Emmet. La camarera se acercó y ellos pidieron la bebida, mientras miraban el menú.
Emmet se volvió y acarició suavemente la mano de Bella. Ella amaba su toque. Amaba que él la tocase frecuentemente. Todos ellos la tocaban. Esto la confortaba de un modo que las palabras jamás podrían.
Ella se apoyó en la silla y observó el ambiente. En medio de la sala, un grupo tocaba canciones bonitas, las sonrientes parejas se deslizaban por la pista de baile.
— ¿Quieres bailar? —preguntó Edward con un lento y sensual movimiento.
Ella arqueó una ceja con sorpresa.
— ¿Tu bailas?
Él le dio una mirada herida.
—Mi madre me enseñó, decía que era necesario para agradar a una dama.
Bella se rió y se levantó.
—Claro, quiero bailar. Yo no sé casi nada, pero si tu madre te enseñó, me puedes enseñar.
Edward la llevó hacia la pista, sus manos se encorvaron posesivas alrededor de sus caderas. Los dedos descendiendo para la curva de su culo. Él la acercó más cerca a él, hasta que ella se ajustó perfectamente en su ingle.
— ¿No estamos demasiado cerca para bailar? —murmuró ella.
— ¿A quién le importa? —Gruñó él en la oreja—. Solo quiero agarrarte así.
Sintió la verga hinchada contra su barriga, y un disparo de excitación corrió por su sistema. Sus rodillas se derritiendo. Tembló contra él y abrazó su cintura.
Anidó el rostro en su pelo y sopló suavemente en su oreja.
—Eres malo —susurró ella—. No pienses que no me vengaré.
—Eso espero.
Ella se rió. Sintiéndose intrépida, deslizó una mano entre sus cuerpos, pasando los dedos por el cinturón de sus vaqueros, hasta la dura verga.
—Jesús, mujer.
Acercó más sus cuerpos, y ella se volvió a reír.
— ¿Tienes miedo de que alguien va a vernos?
En respuesta, hizo fundir ardientemente los labios a los suyos. Le faltaba de aire cuando Edward se dio un festín hambriento de su boca. Cuando se alejó, sus ojos relucían con deseo, lava derretida preparada para estallar.
— ¿Eso contesta a tu pregunta?
Un tirón a su cintura, la impidió responder. Giró y vio a Emmet, con una expresión arrogante en el rostro.
—Mi turno, hermano.
—Más tarde, muñeca —prometió Edward, con fuego en los ojos.
Emmet la abrazó, con una sonrisa malvada en el rostro.
— ¿Estaban haciéndolo en una pista publica de baile?
Ella parpadeó ingenuamente.
—Oh, vi tus manos en sus pantalones, cariño.
— ¿Celoso?
Él sonrió abiertamente.
—Infierno sí. Solo que no quiero tus manos allí. Quiero tus dulces labios alrededor de mi polla.
Su cuerpo se sacudió ante sus explícitas palabras. Sus pezones se endurecieron hasta dolerla. Él sonrió lentamente, satisfecho.
— ¿Te estoy excitando, cariño?
— ¿Este es un plan? —exigió ella—. ¿Tratando de excitarme en el medio del restaurante?
— ¿Funciona?
—Maldición, sí —admitió ella.
Él se rió y pellizcó su oreja con sus dientes.
—Bueno.
Otro tirón en su cintura, y ella gimió, protestando.
—Esto no es justo y los dos lo sabéis —se quejó ella.
— ¿Estás mojada? —susurró Jasper, mientras la abrazaba—. Te imaginas a los tres lamiendo, chupando, mordiendo, follando…
Ella gimió.
—Oh Dios mío, tienes que parar —dijo débilmente—. ¿No podemos saltar la cena?
Él se rió, bajo.
—Oh no, muñeca. Tenemos toda la noche.
Cerró sus ojos y bajó la cabeza contra su tórax.
—Voy a hacer que paguen por esto. Voy a hacer se arrepientan.
Él se rió.
—De alguna manera, creo que apreciaré cualquier castigo que decidas.
Levantó la cabeza y miró por sobre su hombro.
—La comida esta aquí.
Ella miró hacia donde Emmet estaba gesticulando, y se dirigió a su silla. Se sentó y les lanzó una dura mirada, pero ellos la ignoraron con sonrisas inocentes.
—Oh, huele divinamente —dijo ella, cuando sintió la deliciosa aroma que flotaba encima de la mesa.
—Prueba el mío —le ofreció Edward, ofreciéndole el tenedor.
Ella lo miró.
— ¿Qué es?
—Bacon envuelto en langostinos, en salsa de mantequilla.
—Mmmmm.
Abrió la boca y suavemente, dejó el bocado en sus labios.
—Una boca tan dulce —murmuró.
Él extendió un dedo y lamió un poquito de mantequilla de su labio y luego deslizó el dedo en su boca. Ella lo chupó, rodeando la lengua en torno de la punta.
—Bruja.
Ella se retiró.
Cortó su filete y saboreó su plato. Carne. Entre bocados de su propia comida, los hombres le dieron muestras de sus platos, cada una dada con una dosis de sensualidad que la dejó débil y dolorida. Nunca había conocido tal conocimiento sexual.
Cada mirada, cada toque chilló y ardió, despertando un anhelo poderoso adentro de ella.
Sabía que estaban llamando la atención de la gente, y no le importaba. Dejo que miraran. ¿Cómo podía sentirse culpable por algo qué era su derecho? Nunca en su vida, se sintió tan segura de estar en donde debía, donde era su lugar.
— ¿En qué estás pensando, muñeca?
Le sonrió a Jasper, permitiendo que percibiera su satisfacción.
—Estaba pensando en lo perfecta que está siendo esta noche.
—Y pensar que solo es el comienzo —murmuró Edward.
Emmet deslizó la mano en su muslo. El pulgar dibujó círculos por su rodilla, y sus otros dedos se deslizaron entre sus piernas.
—Estoy contento que te esté gustando, cariño.
Ella se recostó en la silla, con la copa de vino en la mano y despacio, dio un trago.
— ¿Alguien quiere postre? —preguntó ella.
Tres pares de ojos ardieron sobre su piel. Se estremeció.
—Sé exactamente qué quiero de postre —declaró Jasper con lentitud.
Sus mejillas se ruborizaron, sus piernas se aflojaron y apretó sus piernas para aliviar la insoportable tensión de su coño.
—Apenas puedo esperar saborearte—susurró Jasper—. Tan dulce. Suave.
—Quizá debiéramos irnos —murmuró ella.
— ¿Pasa algo? —preguntó Emmet.
Ella le dirigió una mirada sórdida, entonces se agachó, apoyó los senos contra su brazo, sumergió su mano hacia abajo y la deslizó por su muslo, entre las piernas, hasta sentir la protuberancia en la mano. Presiono suavemente, amasando y mimando.
—Nada —dijo ella dulcemente.
Se levantó y la arrastró a su lado.
—Nunca dejaré que se diga que no he complacido a una señora. Vamos.
El camino hacia el hotel fue hecho en silencio. La tensión estaba impregnada en el vehículo. Bella mantenía las piernas apretadas. Su clítoris latía y zumbaba. Si apenas se tocará allí, volaría como un cohete.
Cuando llegaron al hotel, caminó hacia el ascensor con las piernas trémulas. Una vez adentro, Edward la tiró contra él, y sus manos desabrocharon sus vaqueros.
—Sácatelo —ordenó él.
—Estamos en un ascensor —susurró ella.
Él le sonrió malvadamente, mientras el ascensor alcanzaba el tercer piso.
—No me lo hagas sacarlos para ti.
Tragó y entonces se sacó los zapatos y los vaqueros. ¡Oh Dios, no dejes a nadie subir!
Edward desabotonó sus propios vaqueros, las bajó, después alzó a Bella en sus brazos. Cuando el ascensor alcanzó el sexto piso, estaba con su verga bien profundo dentro de ella.
Ella lo abrazó por el cuello y enterró el rostro en la curva de su hombro. Las manos de él agarraban su culo, apretándola, irguiéndola para ir más profundo.
Ella no iba a durar. Estaba demasiado excitada debido a todas las provocaciones de la cena.
El ascensor paró y la puerta se abrió; Edward caminó, los pasos cortos a causa del pantalón vaquero medio bajado en sus caderas.
Ella nunca había experimentado tal prisa. Edward se enterró profundamente dentro de ella, caminando por el pasillo del hotel, alguien podía salir y verlos en cualquier momento.
Emmet caminaba delante, y detrás de ellos, Jasper llevaba los zapatos y los vaqueros de Bella.
Ella gimió, mordiendo los labios, guardando los gritos de placer. Edward la penetraba más duro y balanceó sus caderas para hacerlo ir más hondo.
Emmet abrió la puerta y Edward entró, llevando a Bella, y la recostó en la pared contigua al baño, recordando el interludio en el granero. Bella no podía esperar más.
Su estómago se apretó, su pelvis se estrechó, todos los músculos de su coño estallaban de placer. Gritó con la boca de Edward en la suya. Él la meció contra la pared, penetrando más duro.
Estaba llevada por el placer, su cuerpo tan apretado como una cuerda. Y aún así, se agarraba en la pared.
La boca de Edward se deslizó por su cuello, pellizcando y chupando mientras que sus caderas se mecían entre sus muslos.
—Déjate llevar —susurró él—. Te cogeré. Siempre te cogeré.
Sus palabras, tan sinceras, la deshicieron completamente. Se partió en cien pedazos diferentes, cada uno en una dirección distinta. El cuarto quedó sucio y escapó del enfoque, y ella estaba flácida contra Edward.
Él la agarró más apretadamente en sus brazos, el cuerpo poniéndose rígido y al cual ella se mantenía agarrada. Lentamente, con extremo cuidado, él la bajó hasta que las piernas desataron su cintura y sus pies tocaron el suelo.
Edward se alejó, Emmet la agarró por la cintura y la guió en dirección al baño.
—Primero un baño caliente. Después, tenemos planes para ti.
— ¿Quieres decir qué hay más? —preguntó débil. Honestamente, si había mucho más, va a vivir una vida muy corta. ¿Cuánto placer podía aguantar una mujer?
Besó la punta de su nariz.
—Oh sí, cariño. La noche solo ha empezando.

1 comentario:

  1. ay Bella los sacrificios que se tienen que hacer en nombre del amor :D

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