miércoles, 12 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                            CAPÍTULO  12


Bella se sentía deliciosamente dolorida y somnolienta cuando abandonó el baño con Jasper. Lo amaba. No parecía posible, aunque le dijeron que iba a ocurrir.
Se unieron a los otros en la cocina, donde Emmet estaba junto a la estufa. Edward se sentó en la mesa, bebiendo una cerveza.
Se acercó a Emmet y lo abrazó, descansando la mejilla en su espalda. Se tensó — ¿sorprendido?— por un breve momento antes de volverse para abrazarla.
Le sonrió y besó su cabeza.
—Pareces feliz —dijo él.
Sus mejillas se enrojecieron, y una ridícula sonrisa apareció en su cara.
—Lo estoy.
 Le elevó el rostro con los dedos y se inclinó para besarla. Los labios se movieron posesivamente sobre los suyos. Su lengua se deslizó adentro, saboreándola, reclamando su boca.
Se apartó lentamente.
—Toma asiento, la cena estará lista en unos minutos.
Caminó hacia donde estaban sentados Jasper y Edward y ocupó la silla que había entre ellos.
Como Emmet se movía por la cocina, poniendo los platos y los vasos, decidió abordar el asunto de sus tareas.
—Estaba pensando... —comenzó ella.
Todos se volvieron hacia ella.
—Estaba imaginado lo que podría hacer para ayudar. Quiero decir, si no voy a ser una invitada, porque, me voy a quedar.
Respiró hondo, maldiciendo su inseguridad.
—Bella —dijo Jasper, regañándola un poco—. Te queremos aquí. Queremos que te quedes. Esta es tu casa. Supongo que te llevará un tiempo acostumbrarte con las cosas, pero no hay necesidad de evitar algún tema, tampoco hay necesidad de no abrazar tu posición aquí.
Ella sonrió y agachó la cabeza.
—Bueno, me gustaría saber qué podría hacer para ayudarles.
—Siempre hay algo que hacer —dijo Emmet encogiendo los hombros—. De momento, dividimos las tareas y responsabilidades. Nos gustaría tener ayuda.
—No sé cocinar —soltó, avergonzada por la confesión. Se sentía tan inadecuada. Su educación no la preparó para hacer mucho.
—Nadie dijo que tenías que cocinar —contestó calmamente Edward.
—Podría aprender —agregó ella rápidamente.
Emmet dejo el plato con el filete de pollo encima de la mesa y la miró fijamente.
—Bella, nosotros no queremos una esclava. Estás aquí como nuestra esposa. Nuestra pareja. La madre de nuestros hijos. Nos arreglamos bastante bien. Podemos cocinar muy bien. Si quieres ayudarnos, estoy seguro que encontraremos algo.
Sus mejillas se enrojecieron por la vergüenza.
—Estoy haciendo un caos, ¿verdad?
Emmet se sentó y le pasó el plato a Jasper.
—Estás tensa —dijo Emmet gentilmente—. Solo queremos que seas feliz. Relajada. Ahora, no tienes que hacer nada. Vamos a concentrarnos en librarte del matrimonio con ese bastardo, para que no te pueda reclamar. Lo demás se arreglará con el tiempo.
— ¿Cuándo iremos a Denver? —preguntó, agradecida por el cambio de tema.
—Pasado mañana. Organicé con Riley que se ocupe de los caballos, mientras estemos afuera. Conduciremos, nos registraremos al hotel y veremos a Carl el día siguiente
Asintió con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta.
— ¿Tendría tiempo de ir a un salón de belleza, mientras estemos allí? —Mostró los mechones del pelo—. Me gustaría arreglarme el pelo.
—Podemos hacer cualquier cosa que quieras —dijo Emmet.
—También necesito pasar por un banco. Quiero abrir una cuenta, así puedo pedir que me mande algún dinero. No confío que Jacob no vacíe mis cuentas.
—No necesitas preocuparte por el dinero —dijo Edward—. Somos más que capaces de cuidarte.
—No es su dinero —dijo ella—. No estoy hablando de su dinero. Estoy protegiendo mi dinero.
—Me pareció bastante rico —comentó Edward.
Ella suspiró.
—Lo es. Pero si encontraría un modo de llegar a mi fideicomiso, lo vaciará por rencor.
Emmet levantó las cejas.
— ¿Fideicomiso?
—De mis padres —explicó ella. Se movió incómoda en la silla—. Eran ricos. Murieron cuando era una adolescente, y recibí mi herencia cuando cumplí veintiún años.
—Entiendo, ¿y cuántos años tienes ahora? —preguntó Adam.
—Veinticuatro.
— ¿Y cuándo conociste a Jacob?
—A poco tiempo después de que murieron mis padres. Él... bueno, cuidó de mí.
Edward masculló algo inteligible. Jasper y Emmet cambiaron miradas.
— ¿Qué ocurre? ¿Por qué me estáis mirando así? —exigió ella.
— ¿Sobre cuánto dinero estamos hablando en tú fideicomiso? —preguntó Emmet.
Encogió los hombros:
—No lo sé realmente.
— ¿Aproximadamente? —preguntó.
— ¿Cincuenta? ¿Sesenta millones?
— ¡Jesús! —murmuró Jasper.
— ¿Qué sabes realmente sobre la situación financiera de Jacob?  —preguntó Emmet, bajito.
Abrió la boca, pero la respuesta no salió. Sintió un zumbido en la cabeza, y se sintió increíblemente estúpida. Sus mejillas ardían y se le formó un nudo en la garganta.
Sin una palabra, se levantó y abandonó la cocina.
— ¡Bella!
Oyó a Jasper llamarla, pero no se paró. Quería aguantar su humillación a solas.
Se paró en la puerta el tiempo suficiente para coger el abrigo, abrió la puerta y se paró en frente del porche. El aire frío la asaltó, y se puso rápidamente el abrigo.
Caminó hasta la reja y se apoyó, mirando fijamente hacia la luna naciente sobre la nieve. Cerró los ojos y respiró profundamente. Necesitaba el frío para refrescar su rostro caliente.
Estúpida, estúpida, estúpida. Nunca había considerado que Jacob tenía un motivo oculto para escogerla. Apareció cuando murieron sus padres y actuó como su protector y confidente. La presionó para casarse con él cuando cumplió los veintiún años. Ahora sabía por qué. Pero ella no se quiso casarse inmediatamente. La única vez en la que el sentido común se mostró en todo este fiasco.
Apoyó sus codos en la reja de balcón y enterró su rostro en las manos. Él solo quería su dinero.
No la dolía saber que él no la había amado, o que se casó con ella por otras razones. Sabía que él no era capaz de amar cuando la pegó, cuando mató a sangre fría otra persona. Pero lo que más la hería, era su total ingenuidad.
Claro que quería su dinero. Ahora, todo cobraba sentido. La preocupación por protegerla, las numerosas preguntas sobre cómo estaba administrando su dinero. Todo bajo la apariencia de asegurarse de que ella estaba segura. Gracias a Dios que no se quedó el tiempo suficiente como para pasar todo a su nombre, como habían planeado.
— ¡Jesús! ¿Cómo puedo ser tan estúpida? —susurró. Estaba lista para darle todo. Él probablemente habría encontrado un modo de deshacerse de ella dentro de seis meses.
Oyó la puerta abrirse tras sí, y cerró los ojos.
—Bella.
Emmet caminó hasta su lado. Abrió un ojo para ver sus manos en la reja al lado de las de ella.
—Soy una tonta de remate —murmuró.
Suspiró y la abrazó suavemente.
—No eres una tonta, cariño. Diría que eres una mujer maravillosa.
Agitó su cabeza negándolo.
—Soy patética. ¡Patética!
Lo agarró por las solapas del abrigo y enterró el rostro en su pecho. Entonces se rió. Sonó chillón hasta para ella.
Los brazos fuertes de Emmet la abrazaron y sujetaron contra él.
Una lágrima resbaló por su mejilla, rápidamente absorbida por la camisa de Emmet.
—Quería pertenecer a alguien —susurró ella—. Quería importarle a alguien, no mi dinero o quienes fueron mis padres. He sido tan solitaria.
Emmet le acarició la espalda.
—Perteneces a alguien, cariño. Y nos da igual todo tu dinero.
Por alguna razón, su declaración abrió la compuerta de las lágrimas que había estado reprimiendo.
No se había dado cuenta lo verdaderamente sola que había estado o que desesperada estuvo para que alguien la amara. Desesperada. Lo rezumaba todo en una palabra. Y ahora estaba con los hermanos. Quizá no fueran del mismo calibre que Jacob, pero no sentía por ellos lo mismo que sentía por Jaco. Era mucho más. Y esto la asustaba.
La querían para siempre. Ella les quería para siempre. Pero. Siempre existía un pero. Si tan solo no hubiera tomado tantas malas decisiones. Entonces podría ser capaz de confiar en su decisión de quedarse con Emmet, Jasper y Edward.
Emmet continuó abrazándola, acariciando su pelo. El sonido de un móvil crispó sus nervios. Emmet maldijo suavemente, y lo sintió hurgar en el bolsillo. Se alejó para darle un acceso más fácil, y él saco el teléfono y respondió.
—Emmet —dijo él.
Después de una larga pausa, se volvió. Bella temblaba ligeramente. Quería volver al calor de sus brazos.
—Muy bien, no tardaré —dijo mientras se daba la vuelta.
Colgó el teléfono y lo volvió a guardar en los vaqueros.
—Tengo que ir a la ciudad. Rosalie necesita mi ayuda.
Una punzada aguda se retorció en el pecho de Bella. Quedó sorprendida por su ferocidad.
—Regresa a la casa, donde estarás caliente —dijo. La cogió por el brazo y se llevó hacia la puerta.
En la sala, Edward y Jasper levantaron los ojos.
—Necesito ir a la ciudad. Rosalie tiene un problema, y sus ayudantes no cogen el teléfono.
— ¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Jasper.
Edward bufó disgustado.
—No. Por lo menos, no lo creo. Parece ser que alguien se perdió. Si necesito rastreadores, os llamaré. Prefiero que os quedéis aquí y cuidéis a Bella.
Bella apretó los dientes. No necesitaba ser cuidada, maldita sea, y no quería a Emmet con la mujer que se veía claramente que lo quería.
¿Celosa? Oh, sí, estaba celosa. Y esto la sacaba de quicio. No pensaba que se sentía más miserable que antes, pero se equivocaba.
— ¿No hay nadie más a quien podía haber llamado?- preguntó Bella.
Emmet la miró extrañado por un momento.
—La hemos ayudado antes a rastrear personas desaparecidas.
Bella se mordió los labios para no decir algo más. No había nada menos atractivo que una arpía.
—Avisaré si vuelvo muy tarde.
Emmet se agachó, le dio un beso rápido, y se encaminó hacia la puerta. Se puso el Stetson y salió.
Bella le observó salir, odiando el modo en que la hacía sentir. Miró a Edward y Jasper y se estremeció. Era obvio que podían ver lo que estaba sintiendo. Últimamente, parecía atraer solo humillación.
Sus hombros cayeron, y ella caminó por el pasillo, en dirección a los dormitorios. Se paró en el medio. Una risa histérica burbujeaba de ella. ¿En qué habitación se refugiará?
Optó por el baño. Abrió el grifo del lavabo y humedeció su rostro con agua fría. Cuando levantó la cabeza, vio a Edward mirándola por el espejo. Permaneció en la entrada, apoyado en la puerta.
— ¿Quieres jugar al Monopoly conmigo y con Jasper?
Le sonrió débilmente y asintió. Por lo menos, él no estaba intentando inspeccionar sus emociones.
Esperó un según y entonces volvió a la sala. Jasper tenía puesto el tablero de Monopoly en la mesa de café, y Edward traía tres tazas de la cocina.
— ¿Quieres chocolate caliente? —preguntó Edward.
—Parece rico —contestó ella.
Se sentó en el sofá, mientras que Jasper y Edward se sentaron en el suelo, a cada lado de la mesa de café. Agarró la taza entre sus manos y sorbió el chocolate. Cualquier cosa para no pensar en donde estaba Emmet y con quien.
—Odio verte tan disgustada —dijo Jasper en voz baja.
Echó un vistazo de reojo, asustada de sus propios pensamientos. Sus celosos pensamientos.
Suspiró y dejó la taza. Se frotó cansada la sien.
—Estoy siendo poco racionable.
Edward murmuró algo.
Se volvió a él, sintiéndolo como un aliado.
— ¿Por qué no te gusta?
—Es una bruja malévola.
Bella se rió.
—Gracias. Creo que necesitaba eso. Ella no se parece a mí, esto es seguro.
Edward gruñó.
—Está enfadada porque puso los ojos en Emmet, pero él no mordió el cebo.
— ¿Nunca? —preguntó ella suavemente—. Me pareció que tú y Jasper eran todo lo que había entre Emmet y una relación más profunda con ella.
Jasper y Edward se miraron duramente.
— ¿Se está acostando con ella? —quería que la pregunta sonara casual, pero en vez de esto, salió como aterrada.
Jasper juró.
—Mira, amor, no sé si se acostó con ella. Sé que ahora no se está acostando. No después de ti.
De alguna manera, la idea de que Emmet se había acostado con Rosalie, no la hizo sentirse mejor. No es como si Bella hubiera estado aquí todo el tiempo.
—No no somos santos, Bella. Tuvimos mujeres, pero no somos imbéciles infieles. Emmet no se acostaría con otra mujer. No después de comprometerse contigo.
Edward movió la cabeza, asintiendo.
— ¿Entonces por qué se va a ella? —se desahogó Bella.
—No puede suportar la idea de no ayudar a una mujer en apuros —dijo Edward—. Tiene una debilidad por damiselas en apuros.
Bella palideció. ¿Eso era lo que era? Dios, encajaba en el molde. Las lágrimas pugnaban por salir, y parpadeó para detenerlas. No quería ponerse en ridículo. Más de lo que estaba.
Jasper lanzó un dado a Edward, pegándole en la cabeza.
— ¿Eres tonto?
Bella se levantó. No se iba en molestar en fingir por más tiempo. Estaba demasiado enfadada como para actuar como si todo estuviera bien.
—Me gustaría ir a la cama —dijo ella—. ¿Hay una habitación a la qué podría usar? —esperaba que leerán entre líneas. Quería una habitación solo para ella.
—Usa la de Emmet —dijo Jasper—. Puede dormir en el sofá cuando vuelve.
—Gracias —murmuró mientras iba hacia el pasillo.
En cuanto estuvo fuera de la vista, corrió hacía el cuarto de Adam. Después de entrar, se encerró y se apoyó en la puerta.
Las lágrimas que intentó tanto de contener, se derramaban por sus mejillas. Todas las emociones contenidas durante los últimos años salieron a la superficie. La desilusión y la sensación de traición, su humillación y falta de juicio que demostrara. Todo era suficiente para derribarla, y hacerla avergonzarse.
No se molestó en desnudarse. Alejó el edredón y se deslizó bajo ellas, y las pujó firmemente a su alrededor, mientras se abrazaba las rodillas. 

2 comentarios:

  1. como pueden cambiar las cosas espero que no sea una trampa de Rosalie y sobre todo que solucionen sus problemas con Bella lo mas pronto posible :D

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