miércoles, 12 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                   CAPÍTULO  15


Emmet espió dentro del cuarto y observó a Bella durmiendo profundamente. Sonrió. Parecía un gatito, con los brazos enredados alrededor de la almohada. Era sorprendente que en tan poco tiempo ya no pudiera imaginar la vida sin ella.
Siempre supo, por su propia educación, que una situación así podía funcionar y funcionar bien para todas las partes involucradas, pero verlo y experimentarlo de primera mano lo confirmaba.
Y hablando de ello, debía telefonear a sus padres. Estarían interesados en saber sobre Bella, y ni él ni Jasper o Edward habían conversado con ellos desde hacía más de un mes.
Silenciosamente, se retiró del cuarto y se encaminó hacia la sala de estar.
Jasper levantó los ojos del ordenador.
— ¿Continúa durmiendo?
Emmet asintió.
—Creo que la dejamos exhausta.
Jasper sonrió y Emmet se maravilló ante lo satisfecho y contento que se veía su hermano.
— ¿Has visto a Edeward? Pensé que deberíamos telefonear a mamá y contarle sobre Bella.
La preocupación relampagueó en los ojos de Jasper.
—Salió al granero. Creo que hoy sufre mucho, aunque él no lo admitiría. Se puso bastante grosero conmigo cuando le pregunté.
Emmet blasfemó. Edward había mejorado tanto últimamente. La oscuridad en sus ojos casi se había desvanecido, y él sabía que Bella tenía mucho que ver con ello, pero además, Edward había mejorado físicamente desde su retorno de Irak. Estaba lejos de ser el herido cascarón de hombre que Emmet y Jasper habían recogido en el Hospital del Ejército hace un año, aunque ocasionalmente, su pierna todavía le daba problemas.
Emmet se volvió y caminó a pasos largos desde la sala de estar hacia la puerta de atrás. Sin molestarse en coger el abrigo, cruzó la pequeña distancia entre la cabaña y el granero. Entró y vio a Edward sentado en una bala de heno. Al acercarse, pudo percibir el rostro de Edward contraído de dolor. El sudor perlaba su frente y estaba pálido.
Edward estaba inclinado, masajeando el área de encima de su rodilla. Cuando Emmet estaba a un metro de distancia, levantó la vista y lo vio. Dejó caer las manos y se levantó. Gimió cuando la pierna se le agarrotó. Emmet se acercó y sostuvo a su hermano contra su cuerpo, para impedirle caer.
—Estoy bien —masculló Edward.
—No, no estás bien, maldita sea. Deja de intentar ocultarlo al resto de nosotros, por el amor de Dios.
—Olvídalo, Emmet. Puedo lidiar con esto por mi cuenta.
—Podrías —aceptó Emmet—. Pero no seas estúpido. Jasper y yo estamos aquí para ayudarte. Y ahora también está Bella.
—No quiero que lo sepa —dijo ferozmente Edward.
Emmet parpadeó sorprendido.
—Siéntate aquí —dijo, empujando de vuelta a Edward sobre el heno—. ¿Ahora, cuál demonios es tu problema?
Edward restregó distraídamente su pierna.
— ¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer? ¿Quieres una píldora?
Edward agitó la cabeza.
- No quiero más la porquería de píldoras. Es sólo una mala mañana. No sé por qué duele. Simplemente, duele-
—Tal vez debiéramos llevarte de vuelta al médico y permitir que te examine de nuevo.
—No hay nada que él pueda hacer.
Emmet suspiró y se pasó la mano por el pelo.
—Maldición, Edward, no seas tan difícil. Desearía que hablaras conmigo. Aún no tengo la menor idea de qué demonios sucedió allá.
El dolor se asomó en el rostro de Edward antes de que sus ojos se volvieran pétreos y fríos.
—No hay nada de qué hablar. Me recuperaré.
Emmet supo que el asunto estaba oficialmente cerrado. Edward podía ser una piedra cuando quería. Nada le gustaría más que patear el trasero de su hermano menor, pero eso no haría ningún bien. Edward no cedería. No hasta que estuviera listo.
—Iba a llamar a mamá y papá. Pensé que querrías hablar con ellos.
Edward agitó su mano.
—Ve tú primero. Estaré allí en un minuto.
Emmet empezó a discutir, pero Edward lo paró.
—Simplemente vete. Por favor.
Fue el por favor el que lo logró. Edward raramente decía por favor, y el dolor traspasaba su voz. Emmet supo que él no quería parecer débil frente a sus hermanos.
La ira lo sofocó. La ira por cualquiera fuera el infierno que había causado tal destrucción dentro de su hermano.
Emmet giró y salió del granero.



Bella se hundió más profundamente bajo el edredón, sin querer abandonar el cálido nido. Estaba cansada, deliciosamente exhausta, y necesitaba tanta motivación para levantarse y moverse como para hacer una visita al dentista.
Cerró los ojos y revivió el éxtasis que experimentó cuando los tres hombres le hicieron el amor. Solos, constituían una fuerza digna de ser tomada en cuenta, pero juntos eran imbatibles.
Ya los estaba extrañando. Aquella sensación la hizo saltar de la cama y salir en su busca. Tomó una de las viejas camisas de Emmet y se la puso, le caía hasta las rodillas. Caminó de pies descalzos por el pasillo, deseando encontrar a alguno de ellos en la sala de estar, para disfrutar de una sesión de mimos.
Encontró a Jasper en el sofá. Él sonrió y palmeó levemente el lugar a su lado. Ella inmediatamente se enroscó alrededor de él, disfrutando la tibieza que emanaba de su cuerpo.
— ¿Quieres una manta? —preguntó mientras la abrazaba.
Agitó la cabeza.
—Contigo es suficiente —se enterró aún más entre sus brazos hasta que su calor le invadió el cuerpo—. ¿Dónde está todo el mundo?
—Edward fuera en el granero y Emmet habla por teléfono, en la cocina.
— ¿Con quién está hablando?
—Con nuestros padres.
Ella se puso rígida. Hasta ahora no había dedicado ni un solo pensamiento a sus padres. No habían existido. Recordó que Emmet los había mencionado una vez, cuando le explicó que su madre, como ella, había participado en una relación con tres hombres.
— ¿Algo anda mal? —preguntó Jasper.
— ¿Tus padres… ellos saben sobre mí?
La miró y sonrió.
—Ahora lo saben.
Ella no pudo controlar una mirada de desánimo, y se dio cuenta de que Jasper la notó.
Arqueó una ceja.
—No pareces precisamente entusiasmada.
— ¿Saben todo?
Jasper continuó mirándola fijamente.
—Estoy seguro de que Emmet les explicó la situación.
Bella gimió.
—No es la imagen que yo hubiera querido mostrar a tus padres.
—Sshh, tranquila. Les gustarás. Estarán felices de que te hemos encontrado.
Emmet entró con el teléfono en la oreja.
—De acuerdo, papá. Te pasaré con Jasper, y hablamos más tarde.
Le dio el teléfono a Jasper, y Bella se apartó. Se sentía rara, por ser el centro de la conversación. Se dirigió a la cocina, para escapar de la charla. Cuando se servía un vaso de jugo del refrigerador, Edward entró por la puerta del fondo.
Ella le sonrió con timidez.
—Buenos días.
El dolor relampagueaba en sus ojos, y cojeaba al caminar.
— ¿Edward, qué pasa? —exclamó, dejando su jugo a un lado y caminando rápidamente hacia él.
En cuanto lo tocó, él se puso rígido.
—Estoy bien.
Se apartó, herida por su comportamiento.
Él cerró los ojos y levantó la mano en gesto de paz para aplacarla.
—Lo siento. Estoy bien, de verdad.
Volvió a tomar el jugo y mantuvo la distancia. No sabía qué decir, por lo que prefirió permanecer callada.
Edward la miró fijamente por un largo momento, después salió cojeando hacia la sala. Su rechazo la hería, pero más que eso, se preguntaba qué había sucedido.
Sorbió el jugo y suspiró. Vivir con tres personalidades diferentes podía volverse muy fatigoso. Si ella estuviera más segura acerca de la relación, quizás no estaría todo el tiempo como pisando cáscaras de huevo, pero aún estaba aprendiendo acerca de los tres.
Jasper era tan abierto, mientras que Edward era completamente opuesto. Reservado, apartado del resto del mundo. Y Emmet, bien, estaba aún intentando entenderlo, también.
—No te lo tomes personalmente —dijo Emmet.
Levantó la mirada y lo vio de pie en la puerta por donde Edward había salido.
— ¿Qué está mal con él?
Emmet abrió la nevera y sacó una cerveza. La abrió y tomó un largo trago.
—Es su pierna. Lo dispararon con una metralla en Irak. Le hizo mucho daño. Está mejorando, pero aún siente un dolor intenso, de vez en cuando.
— ¿Y él no quiere hablar con nadie sobre ello? —preguntó ella.
Emmet agitó la cabeza.
—Desearía que lo hubiera hecho.
Bella soltó el vaso y pasó un dedo por el borde.
—Tus padres. ¿Son como nosotros, verdad?
Emmet asintió.
—Entonces no pensarán mal de mí.
Intentó no convertirlo en una interrogación, pero de alguna forma terminó sonando como una pregunta.
Emmet sonrió.
—Relájate, cariño. Les gustarás.
Jasper entró sin prisas en la cocina. Emmet levantó los ojos de la cerveza.
— ¿Terminaste de hablar con mamá y papá?
—Sí, Edward está hablando con mamá ahora. Espero que esté recibiendo un buen regaño. Está bastante preocupada por él.
Emmet examinó a Bella de nuevo.
—Probablemente hoy, deberías dedicarte a hacer el equipaje. Mañana saldremos temprano.
Ella sonrió.
—No hay mucho para guardar.
—Resolveremos eso en Denver —dijo Jasper—. Te llevaremos a comprar todo lo que necesites.
Sonrió maliciosamente.
— ¿Incluso ropa íntima?
—Especialmente ropa íntima —confirmó Jasper.
—Si me saliera con la mía, no llevarías ropa íntima —murmuró Emmet a su oreja.
Edward entró en la cocina, sus facciones desencajadas. Deslizó el teléfono a través de la mesa y cojeó hacia fuera.
Bella siguió su avance, su corazón sufriendo por el dolor en su expresión. ¿Qué haría falta para atravesar las barreras que él levantaba?



No estaba segura de qué la despertó, pero sus ojos pestañearon y buscó en la oscuridad lo que había perturbado su sueño.
Aguzó los oídos para rastrear la fuente del ruido que había escuchado. Un bajo gemido se filtró desde el pasillo, después, un grito inarticulado. Se sentó, mirando frenéticamente alrededor. Emmet y Jasper estaban profundamente dormidos en la cama, cerca a ella, pero Edward había desaparecido.
Tan cuidadosamente como podía para no despertarlos, salió de la cama. La casa estaba fría, y ella se envolvió en la camisa de franela de Emmet, buscando calor.
Siguió por el pasillo en dirección al ruido, y se detuvo frente a la puerta de Edward. La abrió y escrutó el interior de la habitación. Edward yacía en la cama, en un enredo de sábanas. El edredón estaba retorcido y tirado al suelo.
Gimió de nuevo y se revolvió salvajemente, la cabeza moviéndose de un lado al otro.
—No —dijo en una voz espesa—. Dios, no. Deténgase, por el amor de Dios, ella no puede más.
Bella se acercó, conmocionada al ver el rostro de Edward bañado en lágrimas. Sintió que el corazón se le apretaba dolorosamente. Se sentó a su lado en la cama y puso la mano sobre su frente.
—Edward, está todo bien. Soy yo, Bella. Despierta.
Él dejó escapar un grito torturado, y el sonido golpeó directamente su corazón.
Lo abrazó fuerte, estrechándolo contra ella. Lo sostuvo, meciéndolo de un lado a otro, pasando las manos por su enredado pelo.
En respuesta, él la abrazó, estrujándola apretadamente contra su cuerpo.
—Estoy aquí, Edward —susurró ella—. Ya no debes sentir miedo.
— ¿Bella?
Su voz se escuchaba amortiguada contra su pecho. Sonaba confundido. Inseguro.
Pasó los dedos por su pelo, calmándolo.
—Estoy aquí.
Él se puso tenso en sus brazos, después se alejó un poco.
—No quería despertarte.
Pero ella no lo dejaría alejarse.
—Habla conmigo, Edward —le pidió suavemente—. ¿Qué te pasó?
Él se acostó de nuevo, cerrando los ojos. Ella se recostó con él sobre la almohada, curvando los brazos alrededor de su estómago. Esperó, sin apresurarlo. Podía sentir la furiosa batalla en su interior.
Él restregó una mano sobre el rostro y respiró profundamente.
—Nos atraparon detrás de las líneas enemigas. Nuestra misión fue al garete en cuestión de minutos. La mayor parte de mi equipo consiguió salir pero me dispararon en la pierna con una metralla. Me quedé detrás. Maldita sea, me dejaron allí.
Contuvo el aliento. No sabía casi nada acerca de cuestiones militares, ¿pero no era parte de su credo de jamás dejes atrás a un compañero caído?
Sintió su respiración acelerada y supo que él luchaba por mantener sus emociones bajo control.
—Quise que se fueran. No quería ser un peso para ellos. Pero me abandonaron allí. Fui capturado y me llevaron a un maldito agujero.
Las palabras salían en ráfagas enredadas y confusas, como si le costara formular los pensamientos. Probablemente fuera la primera vez que hablaba sobre aquella experiencia.
—Durante dos semanas, vi y aguanté cosas que nunca imaginé posibles.
Su voz terminó en un grito, quebrándose al final.
—Había una soldado. Era británica. No la dejaban ni un momento en paz. Disfrutaban torturándola. Después de seis días, murió, y la dejaron allí tirada para que se pudriera.
Las lágrimas corrían por sus mejillas. Ella lo sostuvo más cerca, besando su pecho, intentando mantener sus propias lágrimas bajo control.
—Después de que murió, volvieron su atención hacia mí y otro soldado americano cautivo allí. Mi pierna estaba infectada. Tenía fiebre y estaba medio inconsciente, pero jamás olvidaré el dolor.
Otra vez se paró bruscamente, su pecho agitado por emociones incontrolables.
Bella juntó su frente a la de Edward, sus lágrimas mezclándose con las de él. Lo abrazó, intentando desesperadamente aliviar su dolor.
La envolvió entre sus brazos y enterró el rostro en sus pechos.
—Te necesito.
Ella permitió que le quitara la camisa, y pronto estuvieron desnudos, carne presionando firmemente contra carne. Ella lo besó ardientemente, dejando que su pasión y su amor fluyeran hacia él.
Esta noche era ella la atacante, haciendo el amor al hombre de sus sueños. Sus lenguas se acoplaban y se batían en duelo. Dejó caer una lluvia de besos desde su mandíbula hasta el cuello y luego bajó por el tórax, rumbo a su tenso estómago.
Las manos de él acariciaban su pelo, atrayéndola más cerca, sujetándola con firmeza. Las manos de ella se deslizaban por los duros planos del cuerpo masculino, tocando, sintiendo, demostrándole su amor.
Ella lo montó, alojando su dureza en el hueco de la pelvis.
Se inclinó hacia delante, hundiendo las manos en su pelo. Lo atrajo hasta su boca, besándolo ferozmente. Entonces buscó debajo y aferró su verga, guiándolo dentro de su caliente humedad.
Las puntas de sus dedos corrieron por el pecho de Edward, acariciándolo mientras se alzaba, echaba la cabeza atrás y empezaba a cabalgarlo. Él acunó sus pechos en sus ásperas palmas, frotando sus pezones, estrujando la carne suave en sus manos.
Cabalgaron rápido, duro, cada uno buscando el placer que les aguardaba. Podía sentirlo tensarse bajo ella, profundamente clavado en su interior, y supo que él estaba cerca del orgasmo. Sintió la tensión en su abdomen, la maravillosa presión construyéndose, expandiéndose y finalmente estallando en una explosión de color y éxtasis.
Se desplomó hacia delante, jadeando contra su pecho, mientras la sacudían contracciones de su orgasmo. Entonces sintió el torrente de semen en su vientre. Él la envolvió en sus brazos, manteniéndola muy cerca, murmurando, en su oreja, cosas que ella no podía entender.
Edward se movió lo suficiente para rodar y acunarla en sus brazos. Acarició su pelo y besó su frente.
—Te amo —le susurró.
Ella acomodó la cabeza debajo de su barbilla, dejando que esas palabras se derramaran sobre ella. Sabía que él estaba siendo sincero. No dijo nada. Simplemente continuó abrazándolo hasta que sintió que su respiración se calmaba y él caía en un sueño tranquilo.

1 comentario:

  1. espantoso lo que le paso a Edward lo bueno es que por fin abrió su corazón a Bella ojalá que ahora que lo a sacado empieze a sanar y cero y van dos los que le dicen que la ama ojalá ella pueda decirlo muy pronto también :D

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