CAPÍTULO 15
Emmet espió dentro del cuarto y observó a Bella
durmiendo profundamente. Sonrió. Parecía un gatito, con los brazos enredados
alrededor de la almohada. Era sorprendente que en tan poco tiempo ya no pudiera
imaginar la vida sin ella.
Siempre supo, por su propia educación, que una
situación así podía funcionar y funcionar bien para todas las partes
involucradas, pero verlo y experimentarlo de primera mano lo confirmaba.
Y hablando de ello, debía telefonear a sus padres.
Estarían interesados en saber sobre Bella, y ni él ni Jasper o Edward habían
conversado con ellos desde hacía más de un mes.
Silenciosamente, se retiró del cuarto y se encaminó
hacia la sala de estar.
Jasper levantó los ojos del ordenador.
— ¿Continúa durmiendo?
Emmet asintió.
—Creo que la dejamos exhausta.
Jasper sonrió y Emmet se maravilló ante lo
satisfecho y contento que se veía su hermano.
— ¿Has visto a Edeward? Pensé que deberíamos
telefonear a mamá y contarle sobre Bella.
La preocupación relampagueó en los ojos de Jasper.
—Salió al granero. Creo que hoy sufre mucho, aunque
él no lo admitiría. Se puso bastante grosero conmigo cuando le pregunté.
Emmet blasfemó. Edward había mejorado tanto
últimamente. La oscuridad en sus ojos casi se había desvanecido, y él sabía que
Bella tenía mucho que ver con ello, pero además, Edward había mejorado
físicamente desde su retorno de Irak. Estaba lejos de ser el herido cascarón de
hombre que Emmet y Jasper habían recogido en el Hospital del Ejército hace un
año, aunque ocasionalmente, su pierna todavía le daba problemas.
Emmet se volvió y caminó a pasos largos desde la
sala de estar hacia la puerta de atrás. Sin molestarse en coger el abrigo,
cruzó la pequeña distancia entre la cabaña y el granero. Entró y vio a Edward
sentado en una bala de heno. Al acercarse, pudo percibir el rostro de Edward
contraído de dolor. El sudor perlaba su frente y estaba pálido.
Edward estaba inclinado, masajeando el área de
encima de su rodilla. Cuando Emmet estaba a un metro de distancia, levantó la
vista y lo vio. Dejó caer las manos y se levantó. Gimió cuando la pierna se le
agarrotó. Emmet se acercó y sostuvo a su hermano contra su cuerpo, para
impedirle caer.
—Estoy bien —masculló Edward.
—No, no estás bien, maldita sea. Deja de intentar
ocultarlo al resto de nosotros, por el amor de Dios.
—Olvídalo, Emmet. Puedo lidiar con esto por mi
cuenta.
—Podrías —aceptó Emmet—. Pero no seas estúpido. Jasper
y yo estamos aquí para ayudarte. Y ahora también está Bella.
—No quiero que lo sepa —dijo ferozmente Edward.
Emmet parpadeó sorprendido.
—Siéntate aquí —dijo, empujando de vuelta a Edward
sobre el heno—. ¿Ahora, cuál demonios es tu problema?
Edward restregó distraídamente su pierna.
— ¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer? ¿Quieres una
píldora?
Edward agitó la cabeza.
- No quiero más la porquería de píldoras. Es sólo
una mala mañana. No sé por qué duele. Simplemente, duele-
—Tal vez debiéramos llevarte de vuelta al médico y
permitir que te examine de nuevo.
—No hay nada que él pueda hacer.
Emmet suspiró y se pasó la mano por el pelo.
—Maldición, Edward, no seas tan difícil. Desearía
que hablaras conmigo. Aún no tengo la menor idea de qué demonios sucedió allá.
El dolor se asomó en el rostro de Edward antes de
que sus ojos se volvieran pétreos y fríos.
—No hay nada de qué hablar. Me recuperaré.
Emmet supo que el asunto estaba oficialmente
cerrado. Edward podía ser una piedra cuando quería. Nada le gustaría más que
patear el trasero de su hermano menor, pero eso no haría ningún bien. Edward no
cedería. No hasta que estuviera listo.
—Iba a llamar a mamá y papá. Pensé que querrías
hablar con ellos.
Edward agitó su mano.
—Ve tú primero. Estaré allí en un minuto.
Emmet empezó a discutir, pero Edward lo paró.
—Simplemente vete. Por favor.
Fue el por favor el que lo logró. Edward
raramente decía por favor, y el dolor traspasaba su voz. Emmet supo que él no
quería parecer débil frente a sus hermanos.
La ira lo sofocó. La ira por cualquiera fuera el
infierno que había causado tal destrucción dentro de su hermano.
Emmet giró y salió del granero.
Bella se hundió más profundamente bajo el edredón, sin querer abandonar
el cálido nido. Estaba cansada, deliciosamente exhausta, y necesitaba tanta
motivación para levantarse y moverse como para hacer una visita al dentista.
Cerró los ojos y revivió el éxtasis que experimentó
cuando los tres hombres le hicieron el amor. Solos, constituían una fuerza
digna de ser tomada en cuenta, pero juntos eran imbatibles.
Ya los estaba extrañando. Aquella sensación la hizo
saltar de la cama y salir en su busca. Tomó una de las viejas camisas de Emmet
y se la puso, le caía hasta las rodillas. Caminó de pies descalzos por el
pasillo, deseando encontrar a alguno de ellos en la sala de estar, para
disfrutar de una sesión de mimos.
Encontró a Jasper en el sofá. Él sonrió y palmeó
levemente el lugar a su lado. Ella inmediatamente se enroscó alrededor de él,
disfrutando la tibieza que emanaba de su cuerpo.
— ¿Quieres una manta? —preguntó mientras la
abrazaba.
Agitó la cabeza.
—Contigo es suficiente —se enterró aún más entre sus
brazos hasta que su calor le invadió el cuerpo—. ¿Dónde está todo el mundo?
—Edward fuera en el granero y Emmet habla por
teléfono, en la cocina.
— ¿Con quién está hablando?
—Con nuestros padres.
Ella se puso rígida. Hasta ahora no había dedicado
ni un solo pensamiento a sus padres. No habían existido. Recordó que Emmet los
había mencionado una vez, cuando le explicó que su madre, como ella, había
participado en una relación con tres hombres.
— ¿Algo anda mal? —preguntó Jasper.
— ¿Tus padres… ellos saben sobre mí?
La miró y sonrió.
—Ahora lo saben.
Ella no pudo controlar una mirada de desánimo, y se
dio cuenta de que Jasper la notó.
Arqueó una ceja.
—No pareces precisamente entusiasmada.
— ¿Saben todo?
Jasper continuó mirándola fijamente.
—Estoy seguro de que Emmet les explicó la situación.
Bella gimió.
—No es la imagen que yo hubiera querido mostrar a
tus padres.
—Sshh, tranquila. Les gustarás. Estarán felices de
que te hemos encontrado.
Emmet entró con el teléfono en la oreja.
—De acuerdo, papá. Te pasaré con Jasper, y hablamos
más tarde.
Le dio el teléfono a Jasper, y Bella se apartó. Se
sentía rara, por ser el centro de la conversación. Se dirigió a la cocina, para
escapar de la charla. Cuando se servía un vaso de jugo del refrigerador, Edward
entró por la puerta del fondo.
Ella le sonrió con timidez.
—Buenos días.
El dolor relampagueaba en sus ojos, y cojeaba al
caminar.
— ¿Edward, qué pasa? —exclamó, dejando su jugo a un
lado y caminando rápidamente hacia él.
En cuanto lo tocó, él se puso rígido.
—Estoy bien.
Se apartó, herida por su comportamiento.
Él cerró los ojos y levantó la mano en gesto de paz
para aplacarla.
—Lo siento. Estoy bien, de verdad.
Volvió a tomar el jugo y mantuvo la distancia. No
sabía qué decir, por lo que prefirió permanecer callada.
Edward la miró fijamente por un largo momento,
después salió cojeando hacia la sala. Su rechazo la hería, pero más que eso, se
preguntaba qué había sucedido.
Sorbió el jugo y suspiró. Vivir con tres
personalidades diferentes podía volverse muy fatigoso. Si ella estuviera más
segura acerca de la relación, quizás no estaría todo el tiempo como pisando
cáscaras de huevo, pero aún estaba aprendiendo acerca de los tres.
Jasper era tan abierto, mientras que Edward era
completamente opuesto. Reservado, apartado del resto del mundo. Y Emmet, bien,
estaba aún intentando entenderlo, también.
—No te lo tomes personalmente —dijo Emmet.
Levantó la mirada y lo vio de pie en la puerta por
donde Edward había salido.
— ¿Qué está mal con él?
Emmet abrió la nevera y sacó una cerveza. La abrió y
tomó un largo trago.
—Es su pierna. Lo dispararon con una metralla en
Irak. Le hizo mucho daño. Está mejorando, pero aún siente un dolor intenso, de
vez en cuando.
— ¿Y él no quiere hablar con nadie sobre ello?
—preguntó ella.
Emmet agitó la cabeza.
—Desearía que lo hubiera hecho.
Bella soltó el vaso y pasó un dedo por el borde.
—Tus padres. ¿Son como nosotros, verdad?
Emmet asintió.
—Entonces no pensarán mal de mí.
Intentó no convertirlo en una interrogación, pero de
alguna forma terminó sonando como una pregunta.
Emmet sonrió.
—Relájate, cariño. Les gustarás.
Jasper entró sin prisas en la cocina. Emmet levantó
los ojos de la cerveza.
— ¿Terminaste de hablar con mamá y papá?
—Sí, Edward está hablando con mamá ahora. Espero que
esté recibiendo un buen regaño. Está bastante preocupada por él.
Emmet examinó a Bella de nuevo.
—Probablemente hoy, deberías dedicarte a hacer el
equipaje. Mañana saldremos temprano.
Ella sonrió.
—No hay mucho para guardar.
—Resolveremos eso en Denver —dijo Jasper—. Te
llevaremos a comprar todo lo que necesites.
Sonrió maliciosamente.
— ¿Incluso ropa íntima?
—Especialmente ropa íntima —confirmó Jasper.
—Si me saliera con la mía, no llevarías ropa íntima
—murmuró Emmet a su oreja.
Edward entró en la cocina, sus facciones
desencajadas. Deslizó el teléfono a través de la mesa y cojeó hacia fuera.
Bella siguió su avance, su corazón sufriendo por el
dolor en su expresión. ¿Qué haría falta para atravesar las barreras que él
levantaba?
No estaba segura de qué la despertó, pero sus ojos
pestañearon y buscó en la oscuridad lo que había perturbado su sueño.
Aguzó los oídos para rastrear la fuente del ruido
que había escuchado. Un bajo gemido se filtró desde el pasillo, después, un
grito inarticulado. Se sentó, mirando frenéticamente alrededor. Emmet y Jasper
estaban profundamente dormidos en la cama, cerca a ella, pero Edward había
desaparecido.
Tan cuidadosamente como podía para no despertarlos,
salió de la cama. La casa estaba fría, y ella se envolvió en la camisa de
franela de Emmet, buscando calor.
Siguió por el pasillo en dirección al ruido, y se
detuvo frente a la puerta de Edward. La abrió y escrutó el interior de la
habitación. Edward yacía en la cama, en un enredo de sábanas. El edredón estaba
retorcido y tirado al suelo.
Gimió de nuevo y se revolvió salvajemente, la cabeza
moviéndose de un lado al otro.
—No —dijo en una voz espesa—. Dios, no. Deténgase,
por el amor de Dios, ella no puede más.
Bella se acercó, conmocionada al ver el rostro de Edward
bañado en lágrimas. Sintió que el corazón se le apretaba dolorosamente. Se
sentó a su lado en la cama y puso la mano sobre su frente.
—Edward, está todo bien. Soy yo, Bella. Despierta.
Él dejó escapar un grito torturado, y el sonido
golpeó directamente su corazón.
Lo abrazó fuerte, estrechándolo contra ella. Lo
sostuvo, meciéndolo de un lado a otro, pasando las manos por su enredado pelo.
En respuesta, él la abrazó, estrujándola
apretadamente contra su cuerpo.
—Estoy aquí, Edward —susurró ella—. Ya no debes
sentir miedo.
— ¿Bella?
Su voz se escuchaba amortiguada contra su pecho.
Sonaba confundido. Inseguro.
Pasó los dedos por su pelo, calmándolo.
—Estoy aquí.
Él se puso tenso en sus brazos, después se alejó un
poco.
—No quería despertarte.
Pero ella no lo dejaría alejarse.
—Habla conmigo, Edward —le pidió suavemente—. ¿Qué
te pasó?
Él se acostó de nuevo, cerrando los ojos. Ella se
recostó con él sobre la almohada, curvando los brazos alrededor de su estómago.
Esperó, sin apresurarlo. Podía sentir la furiosa batalla en su interior.
Él restregó una mano sobre el rostro y respiró
profundamente.
—Nos atraparon detrás de las líneas enemigas.
Nuestra misión fue al garete en cuestión de minutos. La mayor parte de mi
equipo consiguió salir pero me dispararon en la pierna con una metralla. Me
quedé detrás. Maldita sea, me dejaron allí.
Contuvo el aliento. No sabía casi nada acerca de
cuestiones militares, ¿pero no era parte de su credo de jamás dejes atrás a un
compañero caído?
Sintió su respiración acelerada y supo que él
luchaba por mantener sus emociones bajo control.
—Quise que se fueran. No quería ser un peso para
ellos. Pero me abandonaron allí. Fui capturado y me llevaron a un maldito
agujero.
Las palabras salían en ráfagas enredadas y confusas,
como si le costara formular los pensamientos. Probablemente fuera la primera
vez que hablaba sobre aquella experiencia.
—Durante dos semanas, vi y aguanté cosas que nunca
imaginé posibles.
Su voz terminó en un grito, quebrándose al final.
—Había una soldado. Era británica. No la dejaban ni
un momento en paz. Disfrutaban torturándola. Después de seis días, murió, y la
dejaron allí tirada para que se pudriera.
Las lágrimas corrían por sus mejillas. Ella lo
sostuvo más cerca, besando su pecho, intentando mantener sus propias lágrimas
bajo control.
—Después de que murió, volvieron su atención hacia
mí y otro soldado americano cautivo allí. Mi pierna estaba infectada. Tenía
fiebre y estaba medio inconsciente, pero jamás olvidaré el dolor.
Otra vez se paró bruscamente, su pecho agitado por
emociones incontrolables.
Bella juntó su frente a la de Edward, sus lágrimas
mezclándose con las de él. Lo abrazó, intentando desesperadamente aliviar su
dolor.
La envolvió entre sus brazos y enterró el rostro en
sus pechos.
—Te necesito.
Ella permitió que le quitara la camisa, y pronto
estuvieron desnudos, carne presionando firmemente contra carne. Ella lo besó
ardientemente, dejando que su pasión y su amor fluyeran hacia él.
Esta noche era ella la atacante, haciendo el amor al
hombre de sus sueños. Sus lenguas se acoplaban y se batían en duelo. Dejó caer
una lluvia de besos desde su mandíbula hasta el cuello y luego bajó por el
tórax, rumbo a su tenso estómago.
Las manos de él acariciaban su pelo, atrayéndola más
cerca, sujetándola con firmeza. Las manos de ella se deslizaban por los duros
planos del cuerpo masculino ,
tocando, sintiendo, demostrándole su amor.
Ella lo montó, alojando su dureza en el hueco de la
pelvis.
Se inclinó hacia delante, hundiendo las manos en su
pelo. Lo atrajo hasta su boca, besándolo ferozmente. Entonces buscó debajo y
aferró su verga, guiándolo dentro de su caliente humedad.
Las puntas de sus dedos corrieron por el pecho de Edward,
acariciándolo mientras se alzaba, echaba la cabeza atrás y empezaba a
cabalgarlo. Él acunó sus pechos en sus ásperas palmas, frotando sus pezones,
estrujando la carne suave en sus manos.
Cabalgaron rápido, duro, cada uno buscando el placer
que les aguardaba. Podía sentirlo tensarse bajo ella, profundamente clavado en
su interior, y supo que él estaba cerca del orgasmo. Sintió la tensión en su
abdomen, la maravillosa presión construyéndose, expandiéndose y finalmente
estallando en una explosión de color y éxtasis.
Se desplomó hacia delante, jadeando contra su pecho,
mientras la sacudían contracciones de su orgasmo. Entonces sintió el torrente
de semen en su vientre. Él la envolvió en sus brazos, manteniéndola muy cerca,
murmurando, en su oreja, cosas que ella no podía entender.
Edward se movió lo suficiente para rodar y acunarla
en sus brazos. Acarició su pelo y besó su frente.
—Te amo —le susurró.
Ella acomodó la cabeza debajo de su barbilla,
dejando que esas palabras se derramaran sobre ella. Sabía que él estaba siendo
sincero. No dijo nada. Simplemente continuó abrazándolo hasta que sintió que su
respiración se calmaba y él caía en un sueño tranquilo.
espantoso lo que le paso a Edward lo bueno es que por fin abrió su corazón a Bella ojalá que ahora que lo a sacado empieze a sanar y cero y van dos los que le dicen que la ama ojalá ella pueda decirlo muy pronto también :D
ResponderEliminar