CAPÍTULO 7
Bella abrió los ojos y parpadeó, para ajustarse a la
oscuridad. Sentía el cuerpo calentito, y dejó salir un bostezo.
Estaba fundida contra el pecho de Emmet, sus manos
alrededor de ella. Un hombre desnudo la apretaba por detrás, y miró por encima
del hombro, intentando ver si era Jasper o Edward.
Por lo que podía ver, era Jasper. Frunció el ceño.
¿Dónde estaba Edward?
—Estás despierta —murmuró Emmet.
Agachó la cabeza, tímida, sonrojada, contenta de que
él no pudiera verla bien en la oscuridad.
Sus brazos la estrecharon y él le metió la cabeza
bajo su barbilla.
— ¿Estás bien?
Asintió contra su pecho. Estaba muy bien. Nunca se
había sentido tan bien en toda su vida. Se acurrucó mejor entre sus brazos,
amando la sensación de seguridad que tenía, estando allí. Levantó el rostro,
acercando los labios a su oreja.
— ¿Dónde está Edward?
Emmet se tensó ligeramente, pero continuó
acariciándole la espalda.
—Se fue a su dormitorio —dijo quietamente.
— ¿Por qué?
Emmet miró fijamente el techo.
—No duerme bien. Tiene pesadillas. No quiere que lo
escuchemos.
Bella se sintió preocupada. Había visto el tormento
en los ojos de Edward, pero ¿qué podía ser tan malo como para aterrarlo hasta
en los sueños?
—Edward volvió de Irak hace poco más de un año.
Pertenecía a las Fuerzas Especiales, fue capturado detrás de las líneas
enemigas. Estuvo preso durante varias semanas, antes de que nuestros hombres lo
rescataran. No ha sido el mismo desde entonces.
— ¿Qué pasó? —preguntó con horror, con miedo de
saber todo lo que había soportado.
Emmet suspiró.
—Desearía saberlo. No quiere hablar sobre ello.
— ¿Van a callarse, para que pueda dormir? —exigió Jasper,
la voz era amortiguada por la almohada.
Ella se rió y le dio un codazo.
Parecía tan natural estar en la cama con esos dos
hombres, confortable, fácil, sin apremios.
Jasper se volvió y deslizó el brazo por encima de su
cuerpo.
—Estoy contento de que no te hayamos matado.
Ella sonrió.
—Pero qué modo de morir.
—Ven a acurrucarte en mis brazos. Emmet te tuvo toda
la noche—se quejó Jasper.
Soltó la risa, pero lo abrazó y recostó la cabeza en
su tórax.
—Ahora cierra los ojos y vuelve a dormir —le pidió
él.
Cerró los ojos, maravillada por la dicha que sentía.
Cuando Bella volvió a despertarse, la luz del sol
entraba por la ventana, casi cegándole, mientras abría los ojos. Estaba sola en
la cama, cosa que la decepcionó.
Un rápido vistazo al reloj le dijo por qué estaba
sola. Eran casi las nueve.
Se flexionó, estirando el cuerpo. Se sentía
dolorida, pero increíblemente bien. Sacó las piernas fuera de la cama, gimiendo
cuando los músculos protestaron.
Empezó a coger una toalla para cubrirse y entonces
se rió del absurdo de la idea. Por el contrario, caminó desnuda hasta el baño.
La idea de un largo baño caliente sonaba como el cielo.
Abrió el agua y pronto, el vapor llenó el baño.
Cuando había bastante agua en la bañera, entró. Suspiró cuando la envolvió el
agua caliente.
Se recostó en la tina y cerró los ojos, permitiendo
que el agua la envolviera. Las imágenes de la noche anterior llenaron su mente.
Su cuerpo hormigueó, sus muslos se estremecieron, los pezones se endurecieron
en respuesta.
Había sido la mayor experiencia de su vida. Si no
permanecía con los hermanos, ¿qué más podría esperar del sexo? No creía poder
encontrar a alguien que la satisficiera como ellos.
Y estaba el hecho de que no tenía ningún deseo de
irse. Estaba cansada de huir, cansada de vivir con miedo, ¿pero podía creer que
allí estaba segura? ¿Y si ella atrajera a Jacob a su puerta?
Su conversación con Jasper del día anterior, le
rondó por la cabeza. La verdad era, que podía enamorarse de ellos. Quizá aún no
lo estuviera. Pero lo estaba haciendo, como Jasper lo dijo.
Suspiró. Debería estar feliz. Pero en cambio, estaba
llena de pavor.
Agitó la cabeza, no deseaba analizar la sucia
realidad. Tomó el jabón, se frotó el cuerpo y se enjuagó deprisa. Cuando estuvo
lista, salió del agua y se envolvió en la toalla.
Salió en busca de sus ropas, sin saber en dónde las
habían dejado Jasper y Edward, cuando volvieron de la excursión de compras del día anterior. Su estómago se estremeció.
¿Había sido el día anterior cuando había visto a Jacob en la ciudad?
El sudor perló su frente, cuando comprendió que él
estaba muy cerca.
Se acurrucó en la cama, presa de un ataque de
pánico.
— ¿Bella? ¿Qué está mal?
Vio a Jasper en la puerta, mirándola preocupado.
Se acercó y se arrodilló delante de ella, le tomó
suavemente las manos y entrelazó sus dedos.
— ¿Qué te pasa, muñeca?
—Jacob está aquí —lloró—. Él me encontrará.
Tomó su barbilla y la forzó a enfrentarlo.
—Vístete y reúnete con nosotros en la sala. Te
contaremos lo que hemos planeado hacer.
Ella lo miró fijamente, atreviéndose a esperar que
pudieran mantenerla a salvo y evitar así ser la causa de sus muertes.
Él se incorporó y la besó en la frente.
—Tus ropas están en el primer cajón —salió,
dejándola vestirse.
Revolvió en el cajón y sacó una camisa y unos
pantalones tejanos. Para su sorpresa encontró un paquete con bragas de algodón
y dos sostenes de su talla. Edward debía haberlos escogido antes de las botas.
Se vistió rápidamente y se dirigió a la sala. Se detuvo
en la puerta, disfrutando de la vista de los tres hombres. Edward echado en el
sofá, con una cerveza en la mano; Jasper con el ordenador, moviendo el ratón; Emmet
cerca del fuego, con aspecto impaciente.
Emmet levantó los ojos y la miró, sus ojos eran ardientes
como las llamas.
Sintió que la abandonaba su confianza. Tuvo el loco
deseo de huir al dormitorio, donde estaría segura. En cambio, dio un paso en
frente, cruzando los brazos protectoramente sobre el pecho.
La expresión de Emmet no se alteró. Edward alzó los
ojos del sofá y se concentró en la cerveza.
Jasper se levantó, cruzó la sala y la tomó de la
mano.
—Ven. Tenemos mucho que hablar —dijo, mientras la
empujaba dentro de la sala.
Se sentó en el sofá, a centímetros de Edward. Se
sentía en un punto sin retorno. Querían que se quedara, y ella tenía que
decidir si escuchaba su corazón o hacía todo para mantenerlos a salvo.
El peso de la decisión pesaba sobre sus hombros.
—Es hora de hablar —dijo Emmet. Metió las manos en
los bolsillos y apoyó el tacón de la bota en la chimenea de detrás de él.
Analizó a Jasper y a Edward, midiendo sus
reacciones. Jasper la miraba, atento. Edward no mostraba ninguna emoción en su
rostro.
—Estuvimos hablando con Carl Davis, un amigo nuestro
que es abogado en Denver. Puede preparar los documentos necesarios para tu
divorcio —continuó Emmet.
Su corazón se aceleró, batía dolorosamente en el
pecho. Abrió la boca para hablar, pero se le había secado.
Para su sorpresa, Edward se giró y la agarró por la
mano; su gesto la confortaba. Se concentró en él, intentando descubrir sus
pensamientos. ¿Aún pensaba qué no quería librarse de su esposo? ¿Después de
todo lo que había pasado la noche anterior?
Él la miraba fijamente, con una expresión
indescifrable. Era testarudo. Pues ella también. Lo enfrentó desafiante,
provocándole decir sus dudas.
Una sonrisa reluctante movió sus labios.
—Bien, Bella —dijo perezosamente—. ¿Qué vas a hacer?
¿Un esposo abusivo o una oportunidad con tres hombres qué harán cualquier cosa
para cuidarte?
—No es tan simple —dijo furiosa.
Edward puso un dedo bajo su barbilla y la obligó a
mirarlo a los ojos.
—Sí. Lo es.
Se levantó, abrazándose por la cintura.
—A mí… a mí me importas mucho. Todos vosotros
—señalando a los tres—. ¿No lo ven? No podría soportar si algo le sucediera a
cualquiera de vosotros, por mi culpa.
—Cariño, escúchame —le pidió Emmet, girándola hacia
él—. Si no crees en nada más, cree esto. No permitiremos que ese bastardo te
tenga.
—No me preocupo por mí —quería gritar de
frustración. ¿Por qué no lo entendían?
—Dijimos que cuidaríamos de ti —dijo Edward
calmamente—. Si algo nos sucediera, no podríamos cuidarte. Por lo tanto, por
prometerte que vamos a protegerte, puedes estar segura de que ningún bastardo
va a tocarnos.
—Tienes un don con las palabras —dijo Jasper.
La absoluta convicción de la voz de Edward la hizo
dudar.
—La pregunta es ¿tienes este tipo de fe en nosotros?
—dijo Edward, levantando la ceja al indagarla.
Había dado la vuelta a la situación, en su contra.
Si persistía con las protestas, demostraría su falta de confianza en ellos.
¡Maldito sea! ¿Qué se suponía que tenía qué hacer?
Emmet la abrazó por la cintura y la acercó a su
pecho.
—Contesta a una pregunta. Si no fuera por Jacob. Si
no fuera que estuvieras casada. ¿Te quedarías?
Asintió, incluso antes de pensar en la respuesta.
—Entonces está decidido —dijo Emmet, la satisfacción
brillaba en sus ojos—. Diremos a Carl que siga con el divorcio y pensaremos en
un plan para impedir que ese bastardo se acerque a ti.
Abrió la boca para protestar, pero él la silenció
con un dedo.
—Confía en nosotros, cariño.
Ella suspiró. El problema era que confiaba. Era una
locura. Les conocía desde hace unos días, y aún así confiaba en ellos, más que
en cualquier otra persona.
—De acuerdo —aceptó.
Emmet bajó la cabeza y la besó hambrientamente.
Empujo la mano en su pelo, acariciando su nuca, mientras su lengua hurgaba en
la boca de ella.
Cuando se apartó, ella estaba jadeando.
—Bien, debo decirlo, esto es una sorpresa —declaró
una voz femenina.
Bella giró y vio a una pelirroja alta, con sombrero
de vaquero y una placa.
Emmet juró.
—Maldita seas, Rosalie, ¿no sabes llamar a la
puerta?
Ay que manera de empeorar las cosas ojalá Rosalie no heche de cabeza a Bella me encanta que haya decidido quedarse con ellos :D
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