lunes, 10 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                                     CAPÍTULO  7


Bella abrió los ojos y parpadeó, para ajustarse a la oscuridad. Sentía el cuerpo calentito, y dejó salir un bostezo.
Estaba fundida contra el pecho de Emmet, sus manos alrededor de ella. Un hombre desnudo la apretaba por detrás, y miró por encima del hombro, intentando ver si era Jasper o Edward.
Por lo que podía ver, era Jasper. Frunció el ceño. ¿Dónde estaba Edward?
—Estás despierta —murmuró Emmet.
Agachó la cabeza, tímida, sonrojada, contenta de que él no pudiera verla bien en la oscuridad.
Sus brazos la estrecharon y él le metió la cabeza bajo su barbilla.
— ¿Estás bien?
Asintió contra su pecho. Estaba muy bien. Nunca se había sentido tan bien en toda su vida. Se acurrucó mejor entre sus brazos, amando la sensación de seguridad que tenía, estando allí. Levantó el rostro, acercando los labios a su oreja.
— ¿Dónde está Edward?
Emmet se tensó ligeramente, pero continuó acariciándole la espalda.
—Se fue a su dormitorio —dijo quietamente.
— ¿Por qué?
Emmet miró fijamente el techo.
—No duerme bien. Tiene pesadillas. No quiere que lo escuchemos.
Bella se sintió preocupada. Había visto el tormento en los ojos de Edward, pero ¿qué podía ser tan malo como para aterrarlo hasta en los sueños?
—Edward volvió de Irak hace poco más de un año. Pertenecía a las Fuerzas Especiales, fue capturado detrás de las líneas enemigas. Estuvo preso durante varias semanas, antes de que nuestros hombres lo rescataran. No ha sido el mismo desde entonces.
— ¿Qué pasó? —preguntó con horror, con miedo de saber todo lo que había soportado.
Emmet suspiró.
—Desearía saberlo. No quiere hablar sobre ello.
— ¿Van a callarse, para que pueda dormir? —exigió Jasper, la voz era amortiguada por la almohada.
Ella se rió y le dio un codazo.
Parecía tan natural estar en la cama con esos dos hombres, confortable, fácil, sin apremios.
Jasper se volvió y deslizó el brazo por encima de su cuerpo.
—Estoy contento de que no te hayamos matado.
Ella sonrió.
—Pero qué modo de morir.
—Ven a acurrucarte en mis brazos. Emmet te tuvo toda la noche—se quejó Jasper.
Soltó la risa, pero lo abrazó y recostó la cabeza en su tórax.
—Ahora cierra los ojos y vuelve a dormir —le pidió él.
Cerró los ojos, maravillada por la dicha que sentía.



Cuando Bella volvió a despertarse, la luz del sol entraba por la ventana, casi cegándole, mientras abría los ojos. Estaba sola en la cama, cosa que la decepcionó.
Un rápido vistazo al reloj le dijo por qué estaba sola. Eran casi las nueve.
Se flexionó, estirando el cuerpo. Se sentía dolorida, pero increíblemente bien. Sacó las piernas fuera de la cama, gimiendo cuando los músculos protestaron.
Empezó a coger una toalla para cubrirse y entonces se rió del absurdo de la idea. Por el contrario, caminó desnuda hasta el baño. La idea de un largo baño caliente sonaba como el cielo.
Abrió el agua y pronto, el vapor llenó el baño. Cuando había bastante agua en la bañera, entró. Suspiró cuando la envolvió el agua caliente.
Se recostó en la tina y cerró los ojos, permitiendo que el agua la envolviera. Las imágenes de la noche anterior llenaron su mente. Su cuerpo hormigueó, sus muslos se estremecieron, los pezones se endurecieron en respuesta.
Había sido la mayor experiencia de su vida. Si no permanecía con los hermanos, ¿qué más podría esperar del sexo? No creía poder encontrar a alguien que la satisficiera como ellos.
Y estaba el hecho de que no tenía ningún deseo de irse. Estaba cansada de huir, cansada de vivir con miedo, ¿pero podía creer que allí estaba segura? ¿Y si ella atrajera a Jacob a su puerta?
Su conversación con Jasper del día anterior, le rondó por la cabeza. La verdad era, que podía enamorarse de ellos. Quizá aún no lo estuviera. Pero lo estaba haciendo, como Jasper lo dijo.
Suspiró. Debería estar feliz. Pero en cambio, estaba llena de pavor.
Agitó la cabeza, no deseaba analizar la sucia realidad. Tomó el jabón, se frotó el cuerpo y se enjuagó deprisa. Cuando estuvo lista, salió del agua y se envolvió en la toalla.
Salió en busca de sus ropas, sin saber en dónde las habían dejado Jasper y Edward, cuando volvieron de la excursión de compras del día anterior. Su estómago se estremeció. ¿Había sido el día anterior cuando había visto a Jacob en la ciudad?
El sudor perló su frente, cuando comprendió que él estaba muy cerca.
Se acurrucó en la cama, presa de un ataque de pánico.
— ¿Bella? ¿Qué está mal?
Vio a Jasper en la puerta, mirándola preocupado.
Se acercó y se arrodilló delante de ella, le tomó suavemente las manos y entrelazó sus dedos.
— ¿Qué te pasa, muñeca?
—Jacob está aquí —lloró—. Él me encontrará.
Tomó su barbilla y la forzó a enfrentarlo.
—Vístete y reúnete con nosotros en la sala. Te contaremos lo que hemos planeado hacer.
Ella lo miró fijamente, atreviéndose a esperar que pudieran mantenerla a salvo y evitar así ser la causa de sus muertes.
Él se incorporó y la besó en la frente.
—Tus ropas están en el primer cajón —salió, dejándola vestirse.
Revolvió en el cajón y sacó una camisa y unos pantalones tejanos. Para su sorpresa encontró un paquete con bragas de algodón y dos sostenes de su talla. Edward debía haberlos escogido antes de las botas.
Se vistió rápidamente y se dirigió a la sala. Se detuvo en la puerta, disfrutando de la vista de los tres hombres. Edward echado en el sofá, con una cerveza en la mano; Jasper con el ordenador, moviendo el ratón; Emmet cerca del fuego, con aspecto impaciente.
Emmet levantó los ojos y la miró, sus ojos eran ardientes como las llamas.
Sintió que la abandonaba su confianza. Tuvo el loco deseo de huir al dormitorio, donde estaría segura. En cambio, dio un paso en frente, cruzando los brazos protectoramente sobre el pecho.
La expresión de Emmet no se alteró. Edward alzó los ojos del sofá y se concentró en la cerveza.
Jasper se levantó, cruzó la sala y la tomó de la mano.
—Ven. Tenemos mucho que hablar —dijo, mientras la empujaba dentro de la sala.
Se sentó en el sofá, a centímetros de Edward. Se sentía en un punto sin retorno. Querían que se quedara, y ella tenía que decidir si escuchaba su corazón o hacía todo para mantenerlos a salvo.
El peso de la decisión pesaba sobre sus hombros.
—Es hora de hablar —dijo Emmet. Metió las manos en los bolsillos y apoyó el tacón de la bota en la chimenea de detrás de él.
Analizó a Jasper y a Edward, midiendo sus reacciones. Jasper la miraba, atento. Edward no mostraba ninguna emoción en su rostro.
—Estuvimos hablando con Carl Davis, un amigo nuestro que es abogado en Denver. Puede preparar los documentos necesarios para tu divorcio  —continuó Emmet.
Su corazón se aceleró, batía dolorosamente en el pecho. Abrió la boca para hablar, pero se le había secado.
Para su sorpresa, Edward se giró y la agarró por la mano; su gesto la confortaba. Se concentró en él, intentando descubrir sus pensamientos. ¿Aún pensaba qué no quería librarse de su esposo? ¿Después de todo lo que había pasado la noche anterior?
Él la miraba fijamente, con una expresión indescifrable. Era testarudo. Pues ella también. Lo enfrentó desafiante, provocándole decir sus dudas.
Una sonrisa reluctante movió sus labios.
—Bien, Bella —dijo perezosamente—. ¿Qué vas a hacer? ¿Un esposo abusivo o una oportunidad con tres hombres qué harán cualquier cosa para cuidarte?
—No es tan simple —dijo furiosa.
Edward puso un dedo bajo su barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Sí. Lo es.
Se levantó, abrazándose por la cintura.
—A mí… a mí me importas mucho. Todos vosotros —señalando a los tres—. ¿No lo ven? No podría soportar si algo le sucediera a cualquiera de vosotros, por mi culpa.
—Cariño, escúchame —le pidió Emmet, girándola hacia él—. Si no crees en nada más, cree esto. No permitiremos que ese bastardo te tenga.
—No me preocupo por mí —quería gritar de frustración. ¿Por qué no lo entendían?
—Dijimos que cuidaríamos de ti —dijo Edward calmamente—. Si algo nos sucediera, no podríamos cuidarte. Por lo tanto, por prometerte que vamos a protegerte, puedes estar segura de que ningún bastardo va a tocarnos.
—Tienes un don con las palabras —dijo Jasper.
La absoluta convicción de la voz de Edward la hizo dudar.
—La pregunta es ¿tienes este tipo de fe en nosotros? —dijo Edward, levantando la ceja al indagarla.
Había dado la vuelta a la situación, en su contra. Si persistía con las protestas, demostraría su falta de confianza en ellos. ¡Maldito sea! ¿Qué se suponía que tenía qué hacer?
Emmet la abrazó por la cintura y la acercó a su pecho.
—Contesta a una pregunta. Si no fuera por Jacob. Si no fuera que estuvieras casada. ¿Te quedarías?
Asintió, incluso antes de pensar en la respuesta.
—Entonces está decidido —dijo Emmet, la satisfacción brillaba en sus ojos—. Diremos a Carl que siga con el divorcio y pensaremos en un plan para impedir que ese bastardo se acerque a ti.
Abrió la boca para protestar, pero él la silenció con un dedo.
—Confía en nosotros, cariño.
Ella suspiró. El problema era que confiaba. Era una locura. Les conocía desde hace unos días, y aún así confiaba en ellos, más que en cualquier otra persona.
—De acuerdo —aceptó.
Emmet bajó la cabeza y la besó hambrientamente. Empujo la mano en su pelo, acariciando su nuca, mientras su lengua hurgaba en la boca de ella.
Cuando se apartó, ella estaba jadeando.
—Bien, debo decirlo, esto es una sorpresa —declaró una voz femenina.
Bella giró y vio a una pelirroja alta, con sombrero de vaquero y una placa.
Emmet juró.
—Maldita seas, Rosalie, ¿no sabes llamar a la puerta?

1 comentario:

  1. Ay que manera de empeorar las cosas ojalá Rosalie no heche de cabeza a Bella me encanta que haya decidido quedarse con ellos :D

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