CAPÍTULO 4
Emmet sintió unos dedos helados apretando su
corazón. ¿Ya estaba casada? Vio el mismo miedo en el rostro de sus hermanos.
Miró su mano, en busca de alianza, pero no había ningún anillo.
Las manos de Jasper estaban paralizadas en sus
hombros. Edward apartó la mano, y él alejó la mano de su mejilla. ¿Cómo podía
ser prohibida la mujer destinada a ellos?
No, él no aceptaría eso. No podía.
— ¿Quién es él? —murmuró Emmet, celoso.
Su trémula mano voló a la garganta, en un ademán
defensivo. El pánico volvió a su rostro, fuera de control.
—Es él, el hombre de quien estás huyendo —dijo Edward,
con el rostro frío.
—Es el hombre que metió el miedo en tus ojos —agregó
Emmet, volviéndole a levantar la barbilla.
Cerró los ojos y asintió con la cabeza.
El alivio envolvió a Emmet, las manos de Jasper
volvieron a moverse. Eso podían manejarlo. Ella se divorciaría del bastardo.
—No volverás con él —dijo simplemente Emmet—. Nunca
volverás con él.
—No lo entienden —susurró—. Nunca me dejará ir—. Las
lágrimas chispeaban en los ojos de canela.
—Él no tiene elección —determinó Jasper.
—Te hará daño, como me...
Su voz se desvaneció, pero Emmet entendió lo que
ella había callado. Te hará daño, como me lo hizo a mí. Nunca sintió tanta rabia
como en aquel momento. Temió perder el control.
Continuaba con la mano en la garganta.
—Es un hombre muy poderoso. Te matará. A todos.
Asesinar no significa nada para él. No puedo dejar que haga eso.
— ¿Y piensas qué volver con él es la respuesta? —cuestionó
Edward, incrédulo.
Negó con la cabeza.
—No. Nunca volveré con él. No por voluntad propia.
Pero tampoco puedo quedarme aquí; si estoy en otro lugar, él no podrá herir a
ninguno de vosotros.
Una sonrisa surgió en la boca de Emmet. La pequeña
mujer estaba intentando protegerlos. Sintió una ola de orgullo. Su pareja
probaba ser merecedora del lugar que ocuparía.
—Sé que nos conoces desde hace poco, cariño, pero
debes aprender a confiar en tus esposos —dijo Emmet.
Sus ojos se abrieron aún más.
— ¡Pero no son mis esposos! ¿No me están escuchando?
¡Ya estoy casada!
—Un mero detalla técnico —dijo calmo—. Que
pretendemos arreglar lo más rápido posible.
Hizo un ademán de frustración.
— ¿No oyeron nada de lo qué dije?
Él sonrió.
—Oímos todo, pero tu preocupación es infundada.
Podemos cuidar de nosotros mismos, más que eso, podemos cuidar de ti.
Su mano cayó, en un ademán impotente, que mostró que
no sabía qué hacer o que decir. La estaban presionando demasiado, no podían
continuar o la perderían.
—Ven a la cocina. Vamos a prepararte el desayuno
—dijo Emmet, alternando a un tópico neutral. Seguro.
Vio el alivio en sus ojos, cuando ella asintió.
—Estaré allí en un minuto —contestó con la voz
ronca.
Emmet se levantó y pidió a sus hermanos que lo
acompañe. Segundos más tarde, Bella estaba sola en el enorme cuarto, los
sentidos acelerados por lo que había experimentado.
Ellos la querían. Los tres. Y ella también los
quería. Desesperadamente, quería ver en donde los llevaría. Pero había muchos
problemas que lo impedían.
Primero, Jacob la encontraría si continuaba allí. Lo
sabía, como también sabía que él pasaría por encima de cualquier persona que se
interpusiera en su camino.
Segundo, era su deseo de ser amada, protegida, lo
que la había llevado a los problemas presentes, y ahora estaba cayendo en el
hechizo de tres magníficos vaqueros. Ella había buscado bastante la felicidad
en los de su alrededor.
Su esposa. Sacudió la cabeza, incapaz de comprender
lo que le habían propuesto. Aunque era tan avanzada la actual sociedad, no
imaginaba que era tan moderna como para disculpar a una mujer que viviera con
tres hombres.
¿Por qué debía preocuparse por los qué pensaran las
otras personas? Ellos no habían pensado en ella cuando se escabulló en medio de
la noche, de la casa de Jacob Black. En su noche de bodas.
Cerró los ojos y friccionó la frente. Necesitaba de
una aspirina y una bebida caliente. Nada tenía sentido, y no conseguía
entender, por más que intentara, la infinidad de emociones que la asaltaban.
—Bella —la llamó Edward, de la puerta.
Miró al hermano menor, inclinado contra el marco de
la puerta, estudiándola calladamente.
—El desayuno está listo.
Asintió, sin arriesgarse a hablar. Sin confiar de
que no se lanzaría en sus brazos.
Como si estuviera leyendo su mente, caminó relajado
en su dirección, y le extendió la mano.
Lentamente, ella la alcanzó y la aceptó, gustándole
el calor que se extendió por su brazo, con una velocidad alarmante.
Él la atrajo hasta quedar a su lado. Su mirada se
deslizó sobre ella, calentando cada zona por donde pasaba.
—No me besaste —murmuró él.
Sus ojos se abrieron, sorprendidos. No esperaba que
dijera algo así.
—Besaste a Jasper y a Emmet, pero no a mí. Si fuera
un hombre celoso, podría ofenderme por eso.
Su boca se abrió. ¿Qué quería decir con ello?
— ¿Qué dices sobre rectificar eso? —preguntó con una
voz ronca.
Se agachó, con la boca a una pulgada de la de ella.
¿Dulce Jesús, como podría resistirle? Su mano se deslizó por su cara, hacía la
nuca. Sus dedos se hundieron en su pelo y la atrajeron para encontrar su boca.
Suspiró contra aquellos labios y se derritió al
entrar en contacto con su pecho. El beso era lento, caliente y completo. No
exigente como el de Emmet, ni gentil como el de Jasper. Caliente. Era la única
palabra que le venía para describirlo.
Sus pezones se endurecieron contra su pecho; y sus
tetas se hincharon y pulsaban de deseo. Un dolor se construyó entre sus
piernas, y sintió una repentina humedad. Unió las piernas, intentando aligerar
el fuego, pero solo creció. Sus grandes manos recorrieron su espalda y
acariciaron su trasero empujándola contra su verga. Su polla dura, grande,
hinchada dentro de los vaqueros, empujaba contra su pelvis.
— ¿Puedes sentir cuanto te deseo? —susurró.
No esperó su respuesta. En vez de eso, volvió a
besarla, voraz, y esparció una lluvia de besos desde la oreja hasta el cuello.
Se arqueó y gimió cuando los dientes pellizcaron la
delicada curva del hombro. Una mano continuaba sobre su culo, la otra viajó por
su barriga y bajo el suéter, hasta alcanzar un pecho.
Se le cortó el aliento, y cuando él empezó a
acariciar un pezón, corrientes de placer irradiaban del pecho en todas las
direcciones. Su coño latió en respuesta. Su clítoris le dolió, excitado.
Se movió entre sus brazos. Estaba cerca de algo
maravilloso. Él le quitó la camisa y bajó la cabeza. Ella apretó los dientes en
anticipación. Su respiración caliente acarició el pezón, lo frunció, lo apretó
dolorosamente, pero él no lo tomó en la boca.
—Por favor —jadeó ella.
— ¿Por favor, qué? Dime lo qué quieres, Bella.
—Tu boca. Quiero tu boca. Allí.
— ¿Aquí? —Preguntó, besando la suave curva de su
seno—. ¿O aquí? —besó la parte de arriba del pezón.
Perdiendo la paciencia con su broma, agarró su
cabeza y la dirigió al pezón.
—Oh, quieres decir aquí —él se rió y chupó el pezón
y su cuerpo estalló por el placer que sentía.
— ¡Oh, Dios mío!
Lo agarró firmemente, exigiendo que su boca no
abandonara el pezón. Corrientes de fuego corrían en su barriga y pelvis. La
humedad salía a chorros de su coño. ¿Cómo podía estar tan cerca de correrse si
solo le estaba chupando los pezones?
—Odio interrumpir, pero el desayuno se está
enfriando —dijo Emmet perezosamente, desde la puerta.
Las mejillas de Bella se tiñeron instantáneamente de
rojo y se alejó de Edward. Se puso el suéter, intentando restablecer una
apariencia de modestia.
Pero Edward no la dejó tan fácilmente; la abrazó y
le dio un beso profundo.
—No le prestes atención. Está celoso porque él
también quiere estar contigo.
—Verdad —admitió Emmet, escogiéndose de hombros—.
Pronto. Serás nuestra.
— ¿Quieres desayunar? —preguntó Edward, acercándola
a la puerta.
—Ve tú primero —le pidió, nerviosa. La idea de pasar
por al lado de Emmet era suficiente para derretir su rodillas. Prefería la
protección del cuerpo de Edward, como una barrera entre Emmet y ella.
Los ojos de Edward brillaban por la insatisfecha
necesidad, cuando la tomó de la mano. La atrajo junto a él, mientras pasaban de
Emmet. Estaba casi fuera del cuarto, cuando Emmet la agarró del brazo.
Para su desaliento, Edward liberó su mano y caminó
despreocupado hacia la cocina. Ella se vio apretada contra el pecho fuerte y
duro como una piedra de Emmet, que la miraba fijamente con sus ojos verdes.
—No hay ninguna razón de tenerme miedo —dijo serio—.
No hay razón de esconderte detrás de Edward o de Jasper, cada vez que hablo
contigo. Me alegro de que te sientes segura con mis hermanos, pero ellos no
tienen porque protegerte de mí.
Se mordió los labios, nerviosa.
—Es solo que eres tan...
—Tan... ¿qué? —insistió.
—Tan grande —se le escapó.
Arqueó la ceja.
— ¿Y Jasper y Edward no lo son?
Ella suspiró.
—No, sí, quiero decir sí, son grandes, pero no
pienso que me harán daño.
Apretó los labios.
—Y piensas que yo lo haría.
—No intencionalmente —dijo poco convencida—. Jacob
no es nada comparado contigo y aún así... —se paró bruscamente, no quería
contarle lo que le hizo Jacob—. ¿Si él pudo hacer tanto, porqué tú no lo
podrías?
— ¿Ése es el nombre del bastardo? —exigió Emmet.
Apretó los labios, negándose a decir cualquiera otra
cosa.
Emmet suspiró y se pasó la mano por el pelo.
—Ven aquí, cariño —se sentó en la cama y la sentó en
su regazo—. No sé lo qué te hizo ese bastardo de Jacob, y lo intento descubrir,
pero es obvio que destruyó todo la confianza en ti misma. Puedo aceptar eso. Lo
que no puedo aceptar es el miedo que veo en tus ojos, cada vez que te miro.
Su corazón latía dolorosamente. Emmet parecía
honesto. Duro, pero honesto. Ella se sintió tonta por sentir miedo cada vez que
él la miraba, pero sabía sin dudar, que jamás sería la misma después de conocer
a este hombre. Quizá por esto lo temía tanto.
—He sido muy honesto contigo —continuó—. Te deseo.
Más que a cualquiera otra mujer. Alguna vez. No estaré satisfecho hasta que
estés en mi cama. En nuestra cama. Con nosotros. Embarazada de nuestro niño.
Perteneciéndonos en corazón y alma para siempre. No puedo prescindir de eso. No
te dejaré ir sin pelear, estate segura de eso, pero jamás te haré daño y haré
lo que haga falta para que nadie te lo haga.
Sintió sus palabras en lo más hondo de su alma.
¿Cómo podía no hacerlo? Nadie jamás, le había hablado con más honestidad o
tanta emoción.
—Danos una oportunidad, Bella. Es todo lo qué te
pido.
Sin escuchar la voz que le decía que corriera,
asintió.
Una sonrisa lenta, triunfante, se extendió por todo
su rostro.
—Ahora vamos a tomar aquel desayuno.
Mujer, debiste haber hecho con demasiada dedicación porque cada letra me calienta mas
ResponderEliminar:o omg por fin aceptó Bella ahora si ojalá deje sus miedos atrás
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