miércoles, 12 de septiembre de 2012

La mujer de los Cullen


                                                         CAPÍTULO  13


Emmet entró en la cabaña y colgó su Stetson y su abrigo en el gancho de la puerta. Miró alrededor, pero solo vio las ascuas agonizantes del fuego. Todo el mundo debía haberse ido ya a la cama.
Su ingle estaba apretada. ¿Hallaría Bella en la cama con sus hermanos? Sabía que Jasper y Edward se acostaron con ella separadamente, y la verdad era, que esperaba ansiosamente hacer lo mismo.
Caminó en silencio por el pasillo y se paró cuando vio su puerta cerrada. Ninguno de ellos dormía con la puerta cerrada. Probó la perilla y la encontró bloqueada. ¿Qué demonio? ¿Dejarlo fuera de su propio cuarto?
Se volvió y caminó hasta el cuarto de Jasper, para ver si él estaba allí. La puerta estaba entreabierta. La abrió con el codo y se asomó dentro. Jasper estaba dormido entre las sábanas arrugadas. Solo.
Se acercó y sacudió el hombro de Jasper. Se despertó inmediatamente.
— ¿Qué hora es? —exigió Jasper en una voz atontada.
—Son las tres de la mañana.
Jasper se sentó y se estregó los ojos.
— ¿Dónde demonios estuviste hasta ahora?
—Ayudando a Rosalie a encontrar al niño perdido. ¿Dónde está Bella?
—En tu cuarto —contestó Jasper.
— ¿Por qué está la puerta cerrada?
Jasper se levantó y encendió la lámpara de al lado de la cama. Clavó a Emmet una mirada de disgusto.
—Está sufriendo, Emmet.
El corazón de Emmet se sacudió. No le gustaba pensar en Bella sufriendo. Antes de irse, ella estaba enfadada, pero había esperado que Jasper y Edward hubiera aliviado cualquier preocupación que tenía.
— ¿Por qué no resolvieron el problema? —exigió Emmet.
—Tú le estás haciendo daño, Emmet. No nosotros.
— ¿Yo? ¿Qué demonios hice yo?
Emmet sintió crecer su ira. No iba a jugar estúpidos juegos mentales, y Jasper le estaba sacándole de quicio rápidamente.
Jasper suspiró y deslizó sus piernas por el lado de la cama.
—Mira, Emmet, está teniendo una época dura, y el haber corrido en cuanto recibiste la llamada de Rosalie, no ayudó. Esta insegura y ¿quién puede culparla después de lo qué le hizo el cabrón de su esposo?
— ¿Está enfadada porque fui a ayudar a Rosalie?
—Quizá si tú le habría explicado la naturaleza de tu relación con Rosalie, Bella no se sentiría como se siente, pero ella sabe que hay algo entre vosotros dos, y sabe que a Rosalie le gustas. Hasta ahora, Rosalie actuó como una puta celosa. Como una mujer desdeñada. Bella no es estúpida, Emmet. Yo tampoco. Algo hay entre tú y Rosalie.
Los músculos del rostro del Emmet se endurecieron y presiono los labios.
—Lo qué pasa o no entre nosotros no es problema tuyo.
—Ahí te equivocas —dijo Jasper, sin alterarse—. Muy equivocado. Es mi problema. Amo a Bella. Y creo que tu también, Emmet. Creo que Edward también la ama, aunque le llevaría mucho tiempo hasta admitirlo para él mismo. Cualquier cosa que haces y hiere a Bella, es mi problema. Es tanto mía como tuya y de Edward. Si esta relación va a funcionar, vas a tener que sacar tu cabeza del culo.
Emmet soltó la respiración en un largo suspiro.
—Cristo. No pasó nada entre Rosalie y yo esta noche, Jasper. No haría eso a Bella.
—Lo sé —Jasper dijo bajito—. Pero ella no lo sabe. Todavía no hemos ganamos su confianza. Y no va a ofrecerla ligeramente después de lo que le sucedió.
—Y mientras tanto, me quedé fuera de mi propio cuarto, sin llave.
Jasper se rió.
—Creo que puedes dormir en el sofá. Me pregunto si tendremos una rotación fija cada vez que uno de nosotros la enfade.
—Buenas noches. Lamento haberte despertado —dijo Emmet y salió.
Cerró la puerta tras sí y se quedó mirando fijamente la puerta cerrada de su cuarto. No hay nada que no arreglaría un destornillador. Quizá fuera la hora de que él y Bella tuvieran un poco de tiempo a solas.
Algunos minutos más tarde, se deslizó calladamente en su cuarto. Bella había dejado la lámpara encendida y arrojaba un suave brillo sobre de la cama. Dejó el destornillador en la cómoda y empezó a sacarse la ropa.
Caminó hacia la cama y miró el cuerpo de Bella. Solo su rostro sobresalía del edredón. Su rostro estaba rojo y manchado. Su corazón se apretó ante la evidencia de sus lágrimas.
Él empujó suavemente el edredón y trepó a su lado. La atrajo con firmeza hacia sus brazos, gustándole el modo en el que sus suaves curvas se derretían en su duro cuerpo.
Ella se movió y abrió los ojos llorosos. Brillaron sorprendidos cuando lo vio.
— ¿Cómo entraste aquí?
—Con bastante facilidad. ¿Por qué me dejaste afuera?
Ella alejó la mirada. Arrastró un dedo desde una mecha de su pelo hasta a su cuello.
—Necesitaba un tiempo a solas —dijo ella suavemente.
—Eso es comprensible, pero no tienes que cerrar la puerta para conseguir eso.
Ella lo miró de nuevo con ojos preocupados, la incertidumbre estaba al acecho en sus profundidades.
Él suspiró. Jasper tenía razón. Debía haber explicado su relación con Rosalie, desde el principio. Entonces quizás estaría deslizando su verga en el coño de Bella, en vez de estar acostado con la polla dura, y tener una charla sensible.
Él comprobó su impaciencia y agarró las mejillas de Bella entre las manos.
—Escúchame, cariño. No hay nada entre Rosalie y yo. Lo siento si has tenido la impresión equivocada.
Bella se movió y tiró del edredón, envolviéndose. El ademán de protección, en vez de hacerla parecer más fuerte, solo la hizo parecer más vulnerable.
—No lo entiendo.
Su voz sonó suave y trémula, el tipo que haría que un hombre se pusiera inmediatamente duro. Si él no lo estuviera ya. Era toda suave y femenina, como una mujer debía ser.
— ¿Qué es lo que no comprendes, cariño?
Lo miró de nuevo.
— ¿Por qué ­­no la escogiste?
Emmet frunció el ceño. No era lo que él esperaba que dijera.
—Es todo lo que yo no soy —continuó Bella—. Es fuerte, alta, bonita. Apuesto que no necesita de nadie.
Emmet se apoyo contra las almohadas, tomando a Bella con él. Estaba acunada contra su tórax, y puso su mejilla sobre su hombro. Acaricio su brazo con la mano.
—No te mentiré. Hubo un tiempo en el que estuve atraído por Rosalie. He llegado tan lejos como traerla a casa, presentarla a Edward y a Jasper. Pero supe de inmediato que no era la persona que buscábamos. No sentí la conexión. No como lo hice contigo, y era obvio los otros tampoco. Edward la despreció rotundamente a primera vista. Aún no me he dado cuenta del por qué. Jasper, pues, era indiferente. Dejé de verla después de aquello.
Bella se presionó contra él. Él podía sentir la llegada de otra pregunta. Una que aparentemente era difícil para ella, si el lenguaje de su cuerpo indicaba algo.
—Edward dijo… dijo que tienes debilidad por mujeres en apuros.
La bombilla incandescente se fue inmediatamente. Emmet se sentó, arrastrando a Bella con él. Agarró su barbilla y la forzó a mirarlo a los ojos.
—Cariño, siempre te protegeré, pero no es por eso que estás aquí. Edward es un idiota. Habla solo para escuchar su voz, lo juro. Si quieres una explicación de porque tú y no ella, bien, no lo sé. Solo puedo decirte lo qué siento aquí.
Llevó su otra mano al corazón.
—Eres tú, cariño. Y tal vez con el tiempo creerás esto.
Sus ojos brillaron con desconfianza a la luz de la lámpara.
—Quiero serlo.
— ¿Pero? —había un claro pero en su declaración. La duda nublaba su voz, y lo hacía intranquilo.
—Me asusta tomar una decisión equivocada. Otra vez.
— ¿Te parece equivocada?
Ella no contestó inmediatamente.
— ¿Bella?
—No, no me parece equivocada. Es eso lo que me asusta.
Emmet soltó un pequeño suspiro de alivio. Él podía luchar con la incertidumbre. No podía luchar contra una decisión. Las palabras de Jasper se repetían en su mente. ¿Tenía razón? ¿Emmet ya la amaba? Era difícil de separar su satisfacción por haber hallado a la mujer que completaría su familia y la idea de amor.
Solo sabía una cosa. No la dejaría. Si eso significaba que la amaba, entonces, quizás Jasper tuviera razón. Y él haría lo mejor para hacer que ella también lo amara.
Deslizó su mano por debajo y por encima por la cadera femenina.
—Quiero hacer el amor contigo —murmuró—. No he pensado en algo más en toda la noche.
Ella lo miró fijamente, mordiéndose el labio. Él vio hesitación en su mirada, pero también deseo. ¿Aún tenía miedo de él?
Bajó la cabeza hacia ella, encontrando sus labios con los suyos. Sabía dulce. Justo como parecía. Quería sentir aquellos labios alrededor su polla, su boca mojada chupándolo profundamente. Estaba listo para estallar con solo el pensarlo.
—Quítate la ropa —dijo él roncamente—. Quiero mirarte.
Se apoyó en su codo, después salió lentamente de la cama. Permaneció mirándolo fijamente por un momento, mordiéndose el labio. Después sus dedos empezaron a desabrochar los pantalones.
Él se apoyo sobre los codos y miró como la piel lisa de sus piernas salía a la vista. Sus dedos le ardían por tocarla.
Ella empezó a desabotonarse la camisa, sus manos trabajaban hacia abajo, mientras la camisa se aflojaba alrededor de sus tetas. Cuando se quedó sin la camisa, él inspiró profundamente. ¡Maldición! Era hermosa. Tenía unas tetas perfectas. Ascendían y bajaban, y se balancearon cuando dejó caer la camisa al suelo.
Él dobló su dedo hacia ella.
—Ven aquí.
Bella se arrastró hacia la cama, los ojos brillaban con deseo. Sus labios vacilaron a pocas pulgadas de los suyos y entonces lo besó. Él movió la mano por su hombro y después por debajo de los pechos. Los envolvió, amando sentirlos llenar sus manos.
Su polla estaba dura como una piedra, y se endurecería más, dolorosamente, con cada minuto. No había ninguna parte de su cuerpo que no gritara por ella.
Continuó saboreándola, amando los sonidos de su respiración, como escapaban a través de sus labios. Pero quería aquellos labios alrededor su polla, no podía pensar en otra cosa.
Pasó la mano por la nuca, y lentamente, pero firmemente, la dirigió hacia abajo, en dirección a la unión de sus muslos. Con su otra mano, él rodeó su polla con los dedos y la guió hacia su boca que esperaba.
Gimió cuando su lengua mojada se deslizó por toda la longitud de su polla.
—Oh, cariño, eres maravillosa.
El pelo le caía encima de los muslos. Movió la mano de su verga y la enredó en su pelo, manteniéndola inmóvil, mientras empujaba sus caderas hacia adelante.
Lento y fácil, ella lo llevó más profundo, su lengua se arremolinó en torno de la punta. Él se movió contra la parte de detrás de su garganta y se retiró para que ella pueda respirar. Era magnífica.
Hacía pequeños ruidos mientras lo llevaba más profundo. Su lengua raspaba eróticamente sobre las venas de su verga. Él cerró los ojos y apretó los dientes tan fuerte, como su mandíbula se lo permitía.
Le acarició la espalda, después los glúteos. Deslizó un dedo en su humedad, y ella se estremeció en reacción. Él sonrió mientras ella lo llevaba más hondo. Se estaban volviendo locos el uno al otro.
Él retiró y volvió a meter los dedos, hurgando en la grieta de su culo. Ella reaccionó, apretando, mientras él movía el dedo alrededor de la fruncida entrada a su culo. Dios, estaba tan apretada
Él levantó la mano y la agarró de su pelo, alejándola de su verga. El solo pensar de sumergirse en su ano, casi lo hizo venir allí mismo.
—Ponte de espaldas —exigió, girándose sobre su cuerpo.
Ella se retiró, la boca hinchada, los ojos vidriosos con un embriagador deseo. Sus piernas se abrieron y él avanzó lentamente entre ellas, cogiendo su culo con las manos, abriéndolo.
En un empuje duro, estuvo dentro de ella. Ella gritó, él también. Sus manos se clavaron en sus hombros, acercándolo. Él sonrió y se inclinó para capturarle la boca con la suya.
— ¿Confías en mí? —susurró contra sus labios.
—Sí.
Se retiró despacio.
—Date la vuelta.
Cuando ella lo complació, él se levantó y caminó a través del cuarto hacia el baño. Revolvió el cajón hasta hallar un tubo de lubricante y volvió al cuarto.
Él puso una mano sobre sus nalgas.
—He vuelto —murmuró él.
Él la coloco en el borde de la cama, en cuatro patas, su culo hacia él. Exprimió un poco de lubricante en sus dedos, y con cuidado, deslizó la mano entre sus mejillas de su culo. Ella gimió suavemente cuando él puso un dedo en la apretada apertura.
Los ojos de Bella se abrieron de repente, cuando el dedo penetró en su ano. Una multitud de sensaciones la invadieron. Un poco de miedo, mucho deseo, un pequeño dolor, y un lote entero de placer.
Ella se llevó una mano sobre su estómago hasta su pelvis. Los dedos hallaron su clítoris, y ella empezó a moverlos con un movimiento circular. El placer se esparció por su abdomen.
Los dedos de él la dejaron, y ella sintió la cabeza del pene contra su ano. Lentamente, muy despacio, él empujó hacia adelante, permitiéndole adaptarse a la sensación.
Los dedos acariciaron más fuerte su clítoris, cuando ella buscó compensar la quemadura. Ella gimió profundamente. Entonces, con un suave movimiento, lo sintió entrando.
Lo oyó decir algo ininteligible y entonces se hundió totalmente en ella. Ella nunca había sentido tan exquisita plenitud. Recordó las palabras del Edward. Emmet en tu ano, yo en tu coño. ¿Dios, qué sentiría cuándo los tuviera a los dos profundamente dentro de ella?
Emmet empezó a empujar hacia dentro y hacia fuera. Ella no conseguía describir, ni para sí misma, el insoportable placer que la invadió. Era en parte dolor, en parte delicioso éxtasis, y esa combinación la llevaba hacia una espiral, la más terrible y maravillosa agonía que podía aguantar.
Sentía las caderas apretadas contra sus nalgas, y sabía que él estaba tan profundamente como era posible, y aún así, ella quería más. Se empujó contra él, meciendo las caderas al ritmo de sus empujes.
Su orgasmo floreció y creció, hasta que la consumió. Lo necesitaba. Iba a volar.
Detrás de ella, Emmet gritó, y sintió la inundación de su orgasmo. Y entonces ella se desplomó. Enterró el rostro en el edredón, para impedirse gritar. Las manos de Emmet agarraron sus caderas con firmeza, sosteniéndola contra él, hasta que acabó.
Todo su cuerpo temblaba, tiritaba y se convulsionaba. Se cayó lánguidamente sobre la cama mientras él se retiraba. Cerró los ojos,  respiraba en jadeos agudos. Entonces sintió un paño templado enjugando su carne sensible.
— ¿Estás bien? —preguntó Emmet suavemente.
Movió la cabeza, incapaz de formar una respuesta coherente.
La cama se movió y Emmet la sostuvo entre sus brazos. Besó la cima de su cabeza y la agarró firmemente contra su pecho. El corazón golpeaba salvajemente contra su mejilla.
—Eres una mujer asombrosa —susurró—. Nadie jamás me hizo sentir así.
Nada que pudiera haber dicho habría evaporado sus miedos tan rápidamente como aquella simple declaración. De repente, Rosalie salió de su mente y de sus preocupaciones. Pasó los brazos por la cintura de Emmet y cerró los ojos. Por primera vez, realmente creyó que podría sostener los corazones de tres hombres, y que ellos podrían sostener el suyo.

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